-5-

11 3 0
                                    

Las personas en la calle nunca ponen suficiente atención

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Las personas en la calle nunca ponen suficiente atención. Quizá si lo hubieran hecho, notarían la cantidad de gente involucrada con Jennifer, o que la mismísima Rosa Negra estaba entre los asistentes; pero, afortunadamente, no fue así.

La chica, era una empedernida analista de las multitudes, por eso tampoco temió que aquello fuera un impedimento.

—¿Qué precio tiene la entrada? —cuestionó con voz seductora.

El guardia de la entrada le sonrió e indicó un pequeño cartel que mostraba los precios.

Sacó de su elegante bolso, una cartera tan hermosa que parecía sacada de una revista de modas. Extendió el billete más intacto y bien planchado que había visto aquel hombre y procedió a buscar monedas para el cambio.

—Oh, no. Hoy me siento generosa.

Aquel se sonrojó antes de agradecer y extenderle el brazo para indicar el camino a seguir.

El brillo de aquellos objetos era indescriptible. La joyera encargada había saltado a la fama como aquellos que vale la pena analizar: con una fuerza meteórica. Los diseños que realizaba se habían convertido en la inspiración de todos aquellos que amaran o no la moda.

Jennifer deslizó la mirada por esos divinos collares, todos entrelazados como serpientes, con pequeños diamantes y detalles en plata que emulaban un bosque.

Se preguntó por un instante cómo se vería en ellos, pero eso le parecía irrelevante porque no era el tipo de cosas que robara su aliento. A lo lejos, observó a uno de los hombres que había enviado Santoro, así que siguió caminando hasta su encuentro.

Las personas que estaban ahí, tampoco notaban nada raro. No asociaban a la bella mujer del maquillaje cargado, el cabello largo, la ropa fina y los stilettos. La atención estaba en esa divina exhibición que pronto... desaparecería.

—Me parece que esos anillos le quedarían hermosos —dijo el joven que ya estaba a su lado.

—Es lo más seguro —respondió la mujer mirando el cielo por una de las enormes ventanas que daban a la vista de la Torre Latino—. ¿Escucha un ruido?

Ambos se sonrieron con complicidad.

En el aire, un sonido empezó a inundar a todos. Los asistentes, pronto, comenzaron a retirar su atención de las divinas joyas frente a ellos, para dar paso a lo que se colocaba la corona del protagonismo. Ese sonido era difícil de detectar, por supuesto, porque uno nunca espera que un helicóptero pueda irrumpir en una presentación de ese estilo.

Los guardias de seguridad comenzaron a inquietarse también, se aproximaban a las ventanas para observar el helicóptero que envolvía a todos con su amenazante y pausada entrada a la distancia.

—Don Jorge, un helicóptero, no nos avisaron —comenzó a decir uno por su radio—. Bien, bien, voy para allá.

Jennifer sonrió, al tiempo que notaba al resto del equipo haciéndose presente, y de un momento a otro, ¡tras! El juego comenzó.

Gritos, cristales rotos, pánico y amenazas por todos lados. El helicóptero los había distraído, ahora nadie se esperó el ataque de todos los involucrados internos que sacaban sus armas en el acto. Era justo el tipo de eventos que provocaban que la fría sangre de Jennifer comenzara a hervir. Esas miradas espantadas, su recorrido con los enormes lentes de sol y la sonrisa descarada. Amaba sentir ese poder. Y ahora más que nunca, porque el plan había salido a pedir de boca.

—Esta exposición está bajo el resguardo de la policía —señaló uno de los guardias que estaban amenazados boca abajo.

La Rosa Negra comenzó a acercarse a él con una mueca sarcástica en el rostro.

—¿En serio?

Colocó uno de sus largos dedos en la punta de su oreja, como buscando algún sonido.

—Porque yo no escucho nada. No hay sirenas, no hay respuestas. Como que no se lo esperaban, ¿verdad? Ni si quiera revisaron a los asistentes. Decepcionante seguridad.

La chica soltó una risa, porque en verdad le divertía. A veces sentía que era demasiado fácil para ser verdad. ¿Por qué nunca pensaban en las consecuencias de dejar su evento tan desprotegido?

Los estantes estaban casi vacíos y en añicos cuando las sirenas finalmente comenzaron a escucharse. El piso había sido cerrado por los secuaces de la Rosa Negra, por lo que nadie había podido ayudar.

—Oh, oh, ya los escuché, una disculpa —expresó ella mirando hacia el guardia que la había amenazado—. Desafortunadamente no me puedo quedar a saludar, ¿sabes? Estoy un poco ocupada.

—¡No pueden salir, ellos ya los están esperando!

Así parecía, porque los guardias del resto de pisos esperaban a que la policía llegara con refuerzos para tumbar la puerta de entrada.

—Pérez —leyó en el gafete del policía mientras le colocaba las manos en las mejillas—. Qué valiente, Pérez. Por salvar estas joyas que no te darán nada a cambio. Qué valiente porque nadie te pagará nada por ser así.

—No lo hago por eso. Lo hago porque soy honrado.

Esta vez la risa comenzó como un borboteo inofensivo y poco a poco se desbordó en un mar de burla. Se sintió tan profundamente humillante, porque las palabras se escuchaban formuladas desde el fondo de su corazón.

El edificio retumbó, porque ahora el helicóptero se encontraba bajando a la altura de las ventanas. Pronto, los ayudantes comenzaron a romper el vidrio para salir por el costado.

—Ay, Pérez, qué chistoso —expresó la mujer antes de mirar el helicóptero.

Parecía que no podrían alcanzar su transporte porque quedaba un espacio entre la torre y las hélices, sin embargo, nada se le escapaba a la chica. Del interior del helicóptero, comenzó a salir una plataforma plegable que se hacía lo suficientemente larga para servir de puente entre las ventanas rotas y su medio de escape.

—Los quiero arriba en diez o los dejo aquí mismo —concluyó la mujer dirigiéndose a sus acompañantes.

No había tiempo de tener miedo, porque la policía estaba por lograr que la entrada cediera. Los hombres pasaban por la delgada e inestable plataforma hasta llegar al transporte, mientras la Rosa Negra miraba a todos los asistentes aterrados en el suelo. Repletos de vidrios, por todo el desastre que habían hecho para robar las joyas. Era su parte preferida.

Le dirigió una última mirada a los guardias, que se mantenían de rodillas con las manos en la cabeza, y después se colocó sobre la plataforma.

—¡Atrápenla! —gritó Pérez en cuanto dejó de apuntarles para huir.

Todos los guardias reaccionaron y empezaron a correr hacia la joven. Jennifer reaccionó rápidamente y trató de librarse de su agarre.

—¡Déjense de juegos!

—¡Si la atrapamos a ella detenemos todo esto! —gritó Pérez aproximándose a la Rosa Negra.

El sonido de ese disparo creó más gritos, pánico, y quedó en armonía con la puerta cayendo para dejar entrar a toda la policía.

¿Esta vez todo había ido muy lejos?

¿Esta vez todo había ido muy lejos?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
She IS DarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora