I ''Maldita mañana''

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Qué maldita mañana. Graham odiaba despertarse temprano, a diferencia de Lecter. Los dorados rayos del sol matutino se filtraban por el amplio ventanal. Había sido una larga y pesada noche; Otra escena del crimen, horas de viaje de ida y devuelta. Will se había envuelto en escenarios criminales una vez más, lo que le dejaba un sabor agridulce y nervios a flor de piel. Nada que Hannibal no pudiese calmar, si no hubiesen peleado anoche, claro.

El agente se levantó perezosamente; sus risos castaños estaban algo alborotados, las ojeras revelaban su vigilia por su estresante trabajo. Avanzó hasta el baño de la pieza, solo para abrir la llave y encunar sus manos para juntar el agua. Esta ayudó a lavar el rostro del desaliñado Graham. Un café y posiblemente se sentiría mejor. Se observó en el espejo, sus ojos recorriendo su reflejo. Su barba no se veía mal, no requería retoque al menos por ahora.

Un nuevo día comenzaba en la peculiar familia Lecter. Y hablando del pilar de la familia: su cocina estaba impregnada de una serena elegancia, en perfecta armonía con la meticulosidad de su ocupante.

Hannibal se movía con una gracia refinada, sus manos hábiles manejando cuchillos afilados con una destreza casi artística. El aroma del café recién molido inundaba la estancia, mezclándose con la fragancia de hierbas frescas que adornaban la encimera. Una sinfonía silenciosa de siseos y chasquidos llenaba el aire mientras las viandas crujían bajo su toque experto.

Apreciaba no solo la exquisitez del sabor, sino también la presentación impecable. Cada ingrediente era elegido con esmero, y cada movimiento era una coreografía cuidadosamente ensayada en la danza culinaria que llevaba a cabo. Un toque de salvia fresca aquí, una pizca de pimienta recién molida allá; su habilidad para elevar incluso los ingredientes más simples a un arte era innegable.

Mientras las llamas danzaban bajo las sartenes de acero inoxidable, Hannibal reflexionaba sobre la dualidad de su existencia. Un hombre de refinamiento y sofisticación, pero también un depredador oculto tras una máscara social. Sus ojos, sin embargo, no revelaban ninguna sombra de su verdadera naturaleza mientras se concentraba en la tarea en cuestión.

El reloj avanzaba con ritmo tranquilo, marcando el tiempo en el que Hannibal transformaba la cocina en un escenario de indulgencia gastronómica. El desayuno, una obra maestra de sabores y presentación, estaba listo para deleitar los sentidos.

Al final, la mesa estaba puesta con una elegancia impecable. Cada detalle, desde la disposición de la vajilla hasta la disposición de los utensilios, era un testimonio de la obsesión de Hannibal con la perfección.

Dos polos opuestos: Will bajó todavía en ropa de dormir, aun somnoliento

pese al agua fría que había utilizado en un vano intento de espabilarse. Hannibal esbozó una sonrisa al verle, complacido de ver esa imagen tan cotidiana del hombre que había arrancado dolorosamente el corazón de su pecho.

—Buenos días, papá. — saludó Abigail, quien ya estaba sentada, comiendo de huevos de codorniz pochados en una cama de espinacas frescas y champiñones salteados con trufas negras.

Los ojos de Will se iluminaron, le devolvió la sonrisa Abigail, tomando asiento frente a ella, a la cabeza de la mesa y entre ambos, Hannibal.

—Buenos días, cariño. —contestó Will, mirando poco después a Lecter. Aunque habían tenido una pequeña discusión la última vez, ambos actuaban tan civilizadamente como se podía frente a su hija.

Los fines de semana eran sagrados para los Lecter, especialmente los domingos donde se olvidaban de todo y de todos para pasar tiempo en familia. Una regla que inicialmente había iniciado Will como excusa para pasar tiempo en casa, que Abigail y Hannibal deformaron a su gusto en salidas, actividades, y demás. Graham no se quejaba, era divertido, aunque tuviese que salir de su tranquila zona de confort.

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