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    Camille y yo acostumbramos a mantener un ambiente callado, ordenado y tranquilo, en el que ambas podíamos cumplir con nuestras responsabilidades. Podíamos convivir en un silencio adorado por las dos, encariñándonos con la compañía de la otra. A veces, ella recibía una taza de café de mi parte para estar más atenta a sus reuniones. Otras ocasiones, yo era la que lo recibía cuando estaba encerrada en mi habitación estudiando para un examen. De todas formas, Camille jamás me dió algún motivo para yo odiar el silencio. Amaba estar con Camille de esta forma, no era necesario hablar para saber que ella estaba para mí desde un sitio callado.

    El día que ella se enteró de mi deseo de volver a Londres, esa tarde fue muy diferente a las otras. Se produjo una discusión, cuya duración superó las otras discusiones que hemos tenido en algún momento de nuestra convivencia. No tuve la energía para cambiarme el uniforme, simplemente me senté en el comedor con ella y comenzamos a cumplir con nuestras tareas. La particularidad era que el silencio que ella mantuvo en la mesa hasta conectarse en su reunión fue tortuoso, incómodo e intranquilo para mí corazón.

    Camille estaba sentada en un extremo de la mesa rectangular. Su computadora portátil estaba frente a ella, iluminado su rostro levemente. Su taza de café estaba a un costado, y su mano no se despegaba de la oreja de la taza. Constantemente, chesqueaba su lengua mientras anotaba algunas palabras que su cliente le contaba sobre el caso por el que la contactó. Se escuchaba al hombre sollozar muy seguido, y recitaba las mismas palabras que mi madre habrá escuchado repetidas veces con su ex-pareja.

Señora, le juro que no le quise pegar a mi mujer, pero ella y mi hija no me respetaban. —Un tic en mi ojo salió. Mi taza de café golpeó con fuerza la mesa. Algunas gotas salieron disparadas y chocaron mis hojas. Mientras más fingía que no escuchaba la reunión de Camille, mi puño se cerraba debajo de la mesa. —Ella dijo que me denunciaría si golpeaba a mi hija. ¿Cómo se atreve a cuestionar la forma en que la educo? ¡Soy su padre! ¿Cómo se atreve a denunciarme por lesiones físicas?

—Señor, mi mejor recomendación es que acepte los cargos. —Respondió Camille con un tono serio pero formal. Miró por encima de su computadora, tratando de analizar si yo escuchaba la conversación o no. Mi vista se fue hacia mis hojas, las apilé y acomodé de un costado. Tenía que volver a copiar todo lo que estaba escrito allí. —Su esposa lo denunció por violencia doméstica. Ese cargo resulta ser más grave y pesado que "lesiones físicas". Usted mantiene una relación íntima con la demandante. Ella tiene pruebas contundentes de que la amenazó repetidas veces y la golpeó. Sin contar que usted no nos ha brindado el nombre de un sólo testigo que afirme que usted jamás le pegó. Por lo que sé, ella llama a su propia cuñada a testificar.

—¡Pero soy su esposo! ¡Yo puedo hacer lo que quiera con mi familia! ¡Soy el hombre de la casa! —El grito saturó los parlantes. Camille hizo una cara disgustosa ante las terribles barbaridades que expulsaba esa escoria humana. —¿Alguna vez ha visto a un hombre de mi edad que marque los límites a su mujer? ¡No! Mis amigos tienen esposas los respetan. Ella no me respetaba a mí, su propio marido.

The Tao's Sister | Nick Nelson | HeartstopperNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ