열다섯. Paz

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Con la llegada de agosto, un aire enrarecido se apoderó del país

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Con la llegada de agosto, un aire enrarecido se apoderó del país. La inactividad del Monstruo de Eikando desde el inicio del verano había dejado cierta paz. En todas partes de Japón hubo empleados que pidieron permiso en sus trabajos para un viaje a una ciudad que como un fénix había resurgido de las cenizas dejadas hacía diez años.

Jangmi apareció en Hiroshima, abrazando a sus amigas, en el único lugar que todavía le resultaba conocido.

La cúpula Genbaku que tanto la había maravillado ahora era una estructura vacía de hormigón agujereado, con arcos de acero desnudo, quebrado y destruido como el esqueleto de un dragón, sin vidrios que cubrieran sus ventanas ni pintura en la pared. Se veía como un viejo fantasma de una de las ciudades más grandes del imperio.

—¿Aquí fue? —preguntó Yuhye.

—Cayó por allá, justo donde ahora está el parque.

Una gran multitud de gente llegaba desde todas direcciones, cruzando los puentes para llegar hasta el parque que empezaba a albergar un montón de monumentos, y reuniéndose en el centro de la explanada, donde una gran campana colgaba de un arco.

Las cuatro vestían un kimono mofuku con un crisantemo blanco sujeto al obi, tratando de mezclarse lo máximo posible entre los visitantes. Se mantuvieron de pie en la parte de atrás de las filas de sillas que se habían dispuesto para sobrevivientes, familiares de víctimas, algunos políticos mahonai y, para sorpresa de ellas, el ministro de magia.

Jangmi cruzó una breve mirada con él, en la que pudo leer la pena y la impotencia de un líder que no tuvo voz para frenar el desastre y la de un padre que lo había perdido todo.

Entre las personas que ocupaban los lugares importantes también se encontraban estudiantes destacados de varios niveles académicos de las escuelas locales, ya que el bombardeo se llevó consigo una escuela primaria cercana al hospital donde cayó.

El Primer Ministro Japonés ofreció un vaso de agua en honor a los fallecidos cuando se marcaron las ocho de la mañana. Los representantes de las familias y los estudiantes dieron un mensaje por la paz, similar al que se llevaba dando desde 1947, cuando se conmemoró por primera vez la tragedia, y formando una fila todos empezaron a dejar crisantemos a los pies de la campana. Jangmi conjuró con discreción una corona hecha con esas flores, y la dejó junto a las demás, pero le agregó un pequeño cartel de madera de cerezo con un nekomata tallado, con solo dos Kanji que formaban uno de los nombres más comunes de ese país, pero que era único para ella.

Justo quince minutos después de que la ceremonia iniciara, todos guardaron silencio, no solo en el parque, sino en toda la ciudad.

En medio del silencio, Jangmi sintió una mano en el hombro. Se giró esperando ver a Yeonjin, pero se encontró que las chicas estaban un poco más alejadas, y quien la reconfortaba con el tacto era Edward. Llevaba un traje negro con un crisantemo en el bolsillo de la chaqueta, apoyado en un bastón de madera que usaba desde el terremoto. Había pasado unos cuantos meses en el hospital regenerando su pierna perdida, y llevaba desde entonces recuperando poco a poco la fuerza de esta hasta poder caminar de nuevo. Jangmi tomó su mano y él la apretó para darle su apoyo.

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