INTRODUCCIÓN

259 10 0
                                    

Febrero,2010

Ese día llegaba tarde al trabajo. El despertador no había sonado o tal vez yo no lo había escuchado.

Había conseguido ese empleo gracias a una compañera de la facultad, que pasando por allí vio un cartel donde pedían camarera.

Me presenté sin tener idea de ese tipo de labor, pero supuse que no sería nada complicado. Hablé con la dueña y a los pocos días comencé.

Las condiciones laborales eran bastante precarias, pero en un principio pensé que bastarían para cubrir las pocas necesidades y gastos que tenía.

Ese tipo de trabajo no me gustaba mucho, pero, para poder asistir a la universidad, debía procurarme dinero; y fue la opción que encontré para solventar los estudios, que para colmo de males, debía realizarlos en la ciudad, lo que también implicaba un lugar adonde vivir.

El bar era pintoresco y estaba ubicado en pleno centro comercial. En poco tiempo me enseñaron todo lo referente a manejar una máquina de café y el resto lo fui aprendiendo sola.

No era difícil, en sí mismo y al inicio me pareció divertido, sumado a que me daba la oportunidad de conocer gente y tener alguna que otra conversación intrascendente.

Cuando fueron pasando los meses se tornó algo mecánico y aburrido con el agregado de que poco a poco me iban sumando más responsabilidades. Lo que al principio sería una cosa simple y relajada, terminó siendo una lista interminable de "pequeños favores" que hacían de esas horas una ardua tarea.

Todos los días las mismas caras, las corridas y las quejas...

Conocí a muchos personajes, algunos muy divertidos y otros realmente agobiantes.

Por el hecho de estar rodeados de oficinas, la gente que concurría en general no se caracterizaba por su buen humor. Todos estaban muy concentrados en sus asuntos, murmurando apenas sus pedidos sin prestar ni la más mínima atención, menos aún, ser considerados a la hora de las pretendidas exigencias para con nosotros: los empleados.

Pero en definitiva, pensé que no sería una actividad para realizar toda la vida; y en ese momento me ayudaba a resolver algunas cosas.

Aquel día fue muy diferente: cuando terminaron de desfilar todas las personas que habitualmente iban a desayunar, tuve un minuto de tranquilidad. Decidí tomar un jugo de frutas y luego de ello, me puse a limpiar las mesas.

Por suerte todos habían partido a sus respectivos trabajos; la dueña del lugar se había ido a realizar las compras necesarias para los almuerzos y mi compañero estaba limpiando la cocina. Al mediodía ofrecíamos un menú pequeño de unos cinco platos fijos, accesibles en precio y apuntando al sabor de la comida casera. De eso se encargaba Claudio, un muchacho joven muy reservado y responsable que trabajaba allí desde hacía unos años, mientras que yo me ocupaba de todo lo relacionado con el servicio de bar.

Cuando terminé con la última mesa, me di vuelta y vi que entraba una señora muy seria junto a un hombre de aspecto intelectual.

Se ubicaron en el medio del salón y como ambos me observaban insistentemente, tomé dos menús y se los acerqué rápido, pensando que tal vez tendrían prisa.

—Buenos días —dije.

Ella me miró y él me respondió:

—Buenos días, señorita. Yo voy a tomar un café doble y la señora un té.

—¿Algún gusto en especial?

—No, uno común.

—Muy bien: ¿algo para comer?

—No, gracias.

Me puse a preparar lo que me habían pedido. Noté, por momentos, que me miraban y me sentí algo incómoda; pero en otros instantes parecía ser ignorada completamente.

Me acerqué con la bandeja y ella volvió a mirarme de modo extraño, cosa bastante habitual en ese lugar donde nadie parecía vivir a gusto.

Le serví lo que me habían pedido y él habló:

—Gracias, querida.

—De nada. —respondí y me alejé pensando que necesitaban privacidad.

Ella era una mujer de unos cincuenta años, morocha, de ojos oscuros, muy expresivos, tez blanca y muy elegante.

Él parecía un poco mayor, alto, delgado y con algunas canas.

Nunca los había visto en el lugar.

Subí la música para que se sintieran tranquilos y me puse a acomodar los vasos y tazas que se habían terminado de lavar. Luego de unos veinte minutos, él se levantó de la silla elevando su voz, diciendo:

—¡No estoy de acuerdo! No es la manera apropiada de comportarse y sabes que no es justo. No seré cómplice de esto, bajo ningún punto de vista.

Dio media vuelta y se fue dejándola con la palabra en la boca, sorprendida por su reacción.

Me miró y yo a ella. Estábamos solas; yo no podía hacer de cuenta que no había visto ni escuchado nada, entonces comenzó a llorar sin poder contener las lágrimas.

Pensé en todas aquellas escenas, ya sea de amor o de peleas que había visto, pero esto era diferente. Casi no había podido escuchar nada de eso, tampoco los vi hablar demasiado, lo cual me hacía dudar y preguntarme qué podría haber sucedido entre ellos, más allá de esa frase severa de él.

Aunque la dueña del bar, nos tenía prohibido dar confianza a los clientes, sentí la necesidad de acercarme.

Me paré a su lado y le pregunté: —Señora: ¿puedo ayudarla?

Levantó la mirada, se puso de pie y me abrazó, casi con desesperación.

Se la notaba muy angustiada, hasta temblaba.

Por ello supuse que la cosa era más importante de lo que yo creía o se veía en apariencia.

La abracé, también intentando calmarla.

—Tranquila, sea lo que sea pasará. Calma, venga siéntese aquí.

Y la acompañé a una mesa más retirada, que generalmente usábamos los empleados. Le alcancé un vaso con agua y unos pañuelos descartables.

Parecía volver en sí, me miraba, pero sin pronunciar palabra; como si no pudiese hablar. Me senté a su lado y pregunté:

—¿Problemas de pareja?

Tomó los pañuelos, se secó las lágrimas y dijo:

—No, es mi exmarido. Hemos discutido por las mismas cosas de siempre: diferentes criterios. Y yo debo estar algo sensible.

—Comprendo. —respondí. —¿Quiere que llame a alguien?

Me tomó la mano, me miró a los ojos y me dijo:

—No gracias, querida y perdón por este mal momento que te he hecho pasar. Nunca imaginé comportarme así...

—No, por favor, señora. ¿Se siente mejor?

—Sí, gracias. Eres muy amable.

—Yo debo dejarla un momento...

Tuve que volver a la barra, pues llegaban los primeros clientes para el almuerzo.

Ella se quedó sentada allí y yo seguí trabajando.

No me di cuenta en qué momento se fue.

EL MUNDO DE MIS SUEÑOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora