CAPÍTULO 28

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En ese momento escuchamos el sonido de la puerta.

Diego regresó de la calle, como quien se olvida de algo, y vuelve a buscarlo. Se dirigió directo a mí, entre molesto y sincero:

—Sol: yo no soy tu padre. Hubiese querido serlo, de todo corazón, pero no es así; no me parece justo que sigas pensando lo contrario y hagas esfuerzos por sentir algo que no te nace naturalmente.

—¿Y te parece este, el modo de decirlo, Diego? Es increíble que nadie se ponga en mi lugar un segundo. Es la primera noche de mi hija aquí luego de meses sin hablarnos y tú vienes aquí como si nada y haces semejante confesión sin consultármelo. —dijo María.

—Perdón, no lo pensé.

—Ese es el punto. Parece que nadie tiene la costumbre de pensar en mí. —respondió visiblemente alterada.

—Creí conveniente, que al menos de mi parte ella supiese cómo son las cosas. Y como tantas veces te dije, en este último periodo: no estoy dispuesto a mentir, aunque las verdades sean dolorosas.

Dio media vuelta y se fue. Nos dejó a los tres sentados, mirándonos perplejos, sin comprender ninguno, la intención de ese comentario, menos aún, el modo de revelarlo.

Claramente, comencé a sospechar que, algo más, se escondía detrás de todo esto.

Y si lo pensaba, María jamás me había hablado de él como si fuese mi padre.

¿Qué estaba sucediendo ahora?

Casi... no me animaba a preguntar.

Ella, ya extenuada, se sentó, tomó mi mano y me dijo:

—Es verdad, Sol. Él no es tu padre.

Giovanni se puso muy serio e intervino:

—¿Cómo? No puede ser... yo creía que...

—Nunca dije que Sol, fuese hija de Diego. —repuso algo disgustada.

—Pero todos pensamos que así era. —expresó él algo nervioso.

—Pero no lo es. —aseguró.

—Entonces, María: ¿a qué estamos jugando?

Noté la tensión entre ellos y dije:

—Calma, no comprendo: ¿por qué te alteras, Giovanni? En todo caso soy yo la que tiene que preguntar.

—Mi querida Sol: yo fui el primer hombre en la vida de tu madre; eso lo tengo bien claro.

Cerré los ojos y exclamé: —¡¡Por Dios!!

Ambos la miramos y él exigió: —Habla de una vez... porque esto es como estoy pensando o tuviste más hombres...

María suspiró. Me miró preocupada y confesó:

—Sí, Giovanni: Sol, es tu hija.

Él enfurecido respondió:

—¿Y lo dices así?

—¿Y cómo debo hacerlo?

—Estás totalmente loca.

—Después de lo nuestro, tú te comprometiste con otra mujer y te casaste. Me dijiste que no me amabas, me sentí usada y humillada... ¿Qué podía hacer, entonces?

—¿Y por eso me castigaste?

—¡Por Dios, Giovanni! ¿Te parece que yo no sufrí? Pensé que eras feliz con tu vida y que al saber de esta hija, arruinaría tus planes.

—No, no: no lo concibo de ti. Debiste decírmelo: fue una cretinada tuya. Hubiese matado a ese viejo demente si no me devolvía a mi hija.

Y continuó:

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