CAPÍTULO 1

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A las quince horas terminé mi horario y me dirigí a la pensión donde había alquilado un cuarto bastante agradable.

Me habían anunciado que en las próximas semanas tendríamos los primeros exámenes parciales y realmente debía estudiar mucho para poder tener un desempeño más o menos aceptable.

¿Qué me producía este cambio? Intentar terminar una carrera que había dejado ya varias veces.

Por otro lado, salir de un pueblo pequeño que, lejos de progresar, se iba quedando atrás, con el condimento de que allí nos conocíamos todos y el anonimato que regalaba una ciudad grande no me disgustaba. En cierto modo me daba una sensación de libertad, pudiendo ser yo misma, sin la mirada observadora de mi entorno, que en algunos momentos me condicionaron a ser quienes ellos esperaban.

Me gustaba mucho la diversidad de personas y aunque me sentía sola, era un desafío importante para mí.

El tiempo había transcurrido, yo ya no era una niña y debía tomar decisiones referentes a mi futuro.

¿Qué me faltaba? La tranquilidad de la noche donde se podía descansar, la calidez de un saludo, el tiempo para una conversación o una sonrisa que la gente de esta gran urbe, parecía haber perdido por la vida frenética que se percibía, donde el tiempo parecía correr más rápido.

Pero todo sumado me atraía.

Me ponía a prueba permanentemente y creía que de ese modo crecería, ya que me consideraba bastante inmadura, en comparación a la gente de mi edad.

Al otro día, llegué al bar un poco más temprano para desayunar allí y leer una especie de diario/revista de la zona, con la ilusión de encontrar otro trabajo. Necesitaba algo mejor, puesto que estaba muy cansada y los estudios me demandaban una concentración que no les podía dar.

Por fortuna, muchas cosas me las enviaban a través del correo electrónico, por lo cual no debía asistir todos los días a la facultad.

Tenía clases asistenciales dos veces por semana, por la tarde; así es que las jornadas en que trabajaba y estudiaba, eran interminables.

Entré por la puerta de la cocina y Claudio me advirtió que una mujer estaba esperándome.

—¿A mí?

—Sí, preguntó por ti.

—Qué raro. Me cambio y voy.

Cuando la vi se acercó hasta mí, extendió su mano y me dijo:

—Buenos días, mi nombre es María y quería agradecerte lo que hiciste ayer por mí.

Sonreí: —María, no es necesario. Me conmovieron tus lágrimas; vi que estabas mal y sentí el impulso de acompañarte.

Ella también sonrió y agregó:

—Igualmente gracias por tu abrazo, por tu sensibilidad y solidaridad.

—De nada...—respondí. —Yo soy Sol: ¿qué te parece si desayunamos juntas?

—¡Excelente idea, Sol! Debo decir que tus padres eligieron para ti el nombre que realmente te representa.

—Bueno, no creas, por ahí tengo mis días nublados. —ambas reímos.

Nos sentamos y pedimos unos cafecitos: para ella cortado doble con medialunas, que mi compañero, muy amablemente, nos sirvió.

—Ay Sol, qué impresión te habrás hecho de mí.

—¿Por qué lo dices?

—No sé. Podrías pensar que soy una loca, que ando llorando por los bares de la ciudad. —dijo sonriendo.

EL MUNDO DE MIS SUEÑOSWhere stories live. Discover now