4. Esposo a la fuerza.

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27 de enero de 1520

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27 de enero de 1520. Ribera del río Támesis en las afueras de Londres. Palacio de Greenwich.

—¡Primita, esperadme! —Jane corría por el pasillo y llegó hasta ella con la lengua afuera—. He soñado con vos. Estabais delante de una puerta roja y dudabais si continuar. Por favor, cuando la encontréis tened el valor de abrirla porque es vuestra vía de escape. ¡No soporto que os consumáis en vida!

—Lo tendré en cuenta. —La ciñó con fuerza, agradecida—. Ahora debo continuar, el rey me espera y no es un hombre paciente.

     Sophie siguió hasta la biblioteca para reunirse con Enrique y salir a cabalgar juntos, pero al llegar se encontró a su tío Leonard. Este, transformado en el galgo Hércules, esperaba del lado exterior sentado sobre las cuatro patas. Le acarició la cabeza a modo de saludo y el olor característico de los perros se le traspasó a la mano. Él le movió la cola y dio saltitos de alegría.

     Oyó voces masculinas. En el interior el cardenal mantenía una seria conversación con el soberano. Se sintió picada por la curiosidad y se quedó a investigar.

     Thomas Wolsey pronunció con voz pomposa:

—Ya sabéis, Majestad, que os he animado a acercaros a Francia desde que vuestro finado suegro, Fernando de Aragón, os traicionó con la complicidad de vuestra esposa Catalina. —A pesar de que la entonación era pausada, no ocultaba el odio hacia la reina—. Me siento orgulloso de que ese revés nos sirviese para conseguir que veinte naciones firmaran el Tratado de Londres de mil quinientos dieciocho. Y que el reino de Francisco sea uno de ellos. Sé que la reina me culpa de que pactarais el matrimonio de vuestra hija María con el delfín para profundizar más en los acuerdos, pero en estos momentos es la solución más acert...

—Id al grano y dejaos de tantos preámbulos —lo cortó el monarca, mostraba la impaciencia propia de la juventud—. ¿Qué me queréis decir con exactitud? Porque no creáis que no me he dado cuenta de que habéis fallado en la tarea de impedir que entren en el reino los panfletos y los libros de ese demonio de Martín Lutero. ¡Sabéis cuánto ansío ser Su Cristianísima Majestad, igual que el rey francés! Y no os olvidéis de que vos anheláis ser Papa. Tenéis que desempeñaros más a fondo en la tarea, Lutero y sus luteranos son un verdadero incordio y nos apartarán a ambos de lo que ambicionamos. ¡Hablad con Thomas More o escribidle a Erasmo para que os den ideas, pero haced algo ya!

—Os ruego que me perdonéis, Majestad, así lo haré. Aunque creo que, más importante todavía, es que pongamos un espía fiable en la corte gala —pronunció Wolsey sin dar más rodeos—. Hasta ahora nos guiamos por los informes del embajador Bolena, pero nadie se abre a él. Deberíamos enviar a algún aristócrata que se camufle a la perfección dentro de ese intrincado laberinto.

—Tenéis razón. Resulta imposible confiar en un francés, todos son traidores —refunfuñó el soberano, molesto—. Todavía recuerdo como si fuera ayer que en el año catorce nos volcamos en la alianza que obtendríamos del matrimonio entre mi hermana María y Luis XII. ¡Y él nos demostró que era un hombre de poca fe! Tuvo la desfachatez de morirse a los dos meses. ¡Y sin dejarla preñada! Encima, después de haberle pagado el rescate de un emperador como dote. ¡Ni siquiera empleó las fuerzas al máximo para consumar la unión! Y con su actitud desganada me condenó al ridículo.

LA ESPÍA DEL REY. Amor y traición.Where stories live. Discover now