La quinta esposa: el rey se cobra una nueva cabeza.

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Enrique VIII se casó con Catalina Howard el 28 de julio de 1540, el mismo día en el que ordenó que decapitaran al fiel Thomas Cromwell

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Enrique VIII se casó con Catalina Howard el 28 de julio de 1540, el mismo día en el que ordenó que decapitaran al fiel Thomas Cromwell. Parecía un anciano mientras recorría el pasillo nupcial, pues arrastraba la pierna llagada con la ayuda del bastón.

     Como buen psicópata, le daba igual el sufrimiento de quien tan bien lo había servido en sus intereses. Mientras el ministro se dirigía a Tyburn para que lo ejecutasen, el rey iba a Oatlands a encontrarse con su nueva amada. Del mismo modo en el que había decretado la caída del cardenal Wolsey por no conseguir que el papa anulase su matrimonio con Catalina de Aragón, ahora culpaba a Cromwell de haberlo convencido de que se casara con Ana de Cleves, «la yegua de Flandes».

     Dicen que lo que sintió por Catalina Howard fue un flechazo en toda regla. Desde que la vio quiso saber más de ella y todo lo que le contaba su abuelastra y lord William Howard provocaba que los sentimientos crecieran. Enrique le escogió este lema: «Ninguna voluntad fuera de la suya».

     El monarca tenía 49 años y Catalina Howard lo hacía sentir como un adolescente. Decían del rey que estaba «tan enamorado de ella que cuantas demostraciones de su afecto le hace le parecen pocas y la acaricia más que a las otras».

     La ironía consistía en que al casarse con Catalina Howard —prima hermana de Ana Bolena— entraba de nuevo a formar parte de la misma familia. La llamaba su «rosa sin espinas», frase que grabó en una de las joyas que le regaló. El embajador francés informó del monarca que ninguna de sus anteriores mujeres «había hecho que gastara tanto en trajes y en joyas como ella hizo».

     Catalina durante su reinado supo mantener un trato cordial con Ana de Cleves e intentó, sin éxito, acercarse a su hijastra, la princesa Mary. Parecía ser una reina modelo.

     Gracias a su tío —el duque de Norfolk— Catalina Howard había entrado en la corte a fines de 1539. Era una chica bajita, más bien rolliza y de alrededor de diecinueve años. Su familia elogiaba «su pureza y honestidad», pero lo cierto era que ya había tenido por lo menos dos aventuras amorosas en el pasado.

     Cuando tenía 13 años se enamoró de Henry Mannox, la persona que le enseñaba a tocar la espineta. Trataban de estar a solas y un día la duquesa lo pilló mientras acariciaba a su nieta. Lo despidió y poco después Catalina lo sustituyó en los afectos por Francis Dereham, pariente pobre de los Norfolk y el alma de las reuniones nocturnas.

     En el gran establecimiento presidido por la duquesa se juntaban tantas chicas como para constituir un colegio. Todas tenían en común que querían divertirse y que no les interesaba para nada la práctica religiosa ni el estudio ni la disciplina. Cuando llegaba la noche la abuelastra se retiraba a dormir y Catalina les abría la puerta de su dormitorio a las damas y a los muchachos con una llave de la que se había agenciado a escondidas. Los varones eran parientes o conocidos que prestaban servicios en la propiedad en calidad de pajes o de caballeros. Llevaban al dormitorio golosinas recogidas de la mesa ducal y a medianoche cenaban todos juntos. Con el transcurso de las horas se iban recostando sobre los lechos de las damas —delante de las servidoras— y muchos hacían el amor.

LA ESPÍA DEL REY. Amor y traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora