Día 7. Alucinaciones

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En el sueño, la pequeña de cabello cobrizo jugaba con su oso de peluche y muñecas al juego de té. Reía, jugaba y se divertía; pero hubo un instante en que todo se tornó oscuro en el recuerdo. Sus muñecas empezaron a derretirse frente a sus ojos temblorosos; la porcelana de plástico, sus vestidos de princesa favoritos y sus demás juguetes ardían en llamas. Se apartó de esa escena dantesca, anonadada, petrificada. Apartando al oso de felpa, el único que no sufrió daños, y abrazándolo fuerte. No sabía qué pasaba o por qué le sucedía algo tan horrible.

Ahí vociferaba por ayuda. Buscando a su padre y a su madre por toda la casa, pero estos nunca aparecían en su auxilio.

Sin embargo, gritó agudo al notar que sus ropas estaban envueltas en ese fuego sofocante y su peluche se consumía en cenizas sin poder hacer nada por evitarlo.

—Con esto se purificará tu alma. No te preocupes, cielo, te compraremos nuevos juguetes...

Apareció su abuela detrás de ella al tomarla por el hombro. El rostro arrugado de la mujer estaba contraído en una mueca demoníaca que solo la hizo asustarse más y despertar.

Su corazón estaba agitado y entre sollozos agarraba aire. El cuarto de la pequeña estaba casi a oscuras, la lámpara de estrellas fugaces en el tocador giraba de forma intermitente iluminando la estancia, en un baile hipnotizante de luces y sombras.

—¡Papá! —comenzó a llorar al llamarlo—. ¡Papá! ¡Papá!

La puerta se abrió casi de forma estrepitosa y la luz se encendió en el cuarto.

—¿Abby? ¿Abby? ¿Qué sucede, mi cielo? Ya, ya, solo fue una pesadilla —dijo intentando calmarla y sobándola en la espalda al abrazarla.

Detrás de él le seguía Awesomo y Elijah, somnoliento, apareció en el umbral de la puerta poco después.

—¿Qué es lo que sucede? —bostezó al decirlo.

—No pasa nada, campeón, vuelve a la cama —respondió al suspirar—. Me quedaré un rato con tu hermana.

Elijah asintió y se fue de nuevo a su habitación. Sin embargo, el robot se quedó ahí también para cualquier cosa.

Kyle estaba preocupado por su pequeña. Ambos niños le contaron lo que sucedió en la casa de su suegra cuando supo que todas sus cosas, como juguetes, cobertores y ropas, habían estado y fueron usadas en su casa. La anciana, teniendo la errónea idea de que la enfermedad de Kyle se contagia por medio del tacto e incluso del aire, comenzó a quemar las cosas de los niños en un ataque de histeria debido a sus principios de demencia.

El oso de peluche de Abby fue una de las últimas cosas que le arrebató de sus pequeños brazos, antes de verlo arder en la hoguera que ardía en el patio trasero con las ropas, videojuegos, cobijas, vestidos y demás.

Cuando Stanley y Kyle llegaron, llamaron a la policía y ahora su ex-esposa se encontraba cuidando de su madre y aún sin querer ver o hablar con él sobre la custodia de los niños después de que él muriera.

Toda esta situación fue un trauma para la niña, ya que era la única en casa esa mañana cuando todo ocurrió, ya que Elijah aún estaba en la escuela.

A veces despertaba gritando o veía fuego y sentía calor donde no había nada, en una especie de alucinación.

Deseaba, como padre, que se pusiera bien y que lo superara, pero en realidad necesitaba ayuda profesional... un psicólogo infantil en realidad. Esperaba enviarla después de que pasara el fin de semana.

—¿Necesita algo, señor?

—Tráeme un vaso con agua, por favor, Awesomo.

—A la orden —acató yendo lo más rápido que podía.

Cuando ya trajo el vaso, Abby ya se encontraba tranquila. Solo tenía las mejillas un poco rojas, notándose aún más sus pequeñas pecas, y sus ojos ya no estaban tan rojos como al inicio. El agua se la tendió a Kyle, el cual la recibió, gustoso, y se la dio a su hija.

—Eso es, mi amor —dijo ayudándola a sonarse la nariz, después de tomar el líquido—. ¿Estás mejor?

La niña asintió, pero retuvo a su papá antes de que dijera algo más.

—¿Puedo dormir contigo otra vez? —mencionó con la voz aún ronca y mirándolo en esos grandes ojos, color esmeralda, de cachorrito regañado.

—Claro, cielo —la beso en la coronilla—. Las veces que sean necesarias.

Intentó cargarla, aunque no pudo. Sus brazos enflaquecidos no tenían la suficiente fuerza, tampoco sus piernas.

—Lo siento, no te puedo cargar, ¿vamos tomados de la mano?

Asintió, bajando de la cama.

Ya en el cuarto de Kyle, ambos se arroparon, solo dejaron la luz encendida del pasillo para que Abby pudiera dormir sin sentirse sofocada por la oscuridad.

Cuando estuvieron cómodos, el pelirrojo cerró sus ojos, pero Abby, sin percatarse, le dijo al armatoste de bronce:

—Oye, Awesomo, ¿podrías contarme un chiste? Por favor.

—A la orden.

—Espera, ¿cómo que un chiste? —la vio arqueando su ceja.

—Sí. Awesomo cuenta los mejores chistes y me ayudan a pensar cosas divertidas —se encogió de hombros—. Así no veré de nuevo a la abuela enojada en mis sueños.

—¿Cómo sabes que cuenta chistes? —cuestionó, sentándose y encendiendo la luz del buró.

—Cuando Elijah y yo paseamos con él, nos cuenta muchos chistes e historias graciosas —sonrió.

Kyle suspiró con un poco de confusión, pero a la vez recordando que el robot seguía haciendo la misma rutina de su anterior dueño y, al parecer, a sus hijos les gustó tanto que todas las tardes lo acompañaban en sus extraños paseos por la casa o el parque, mientras él tomaba esas "siestas" que de forma obligada sus medicamentos le generaban en su cuerpo.

—Bueno, bien, a ver qué clase de chistes cuenta... —respondió, resignado, volviéndose a acostar.

—Muy bien —carraspeó con un sonido metálico desde el interior de su mecanismo—. Un judío está agonizando y le dice jadeante a su único hijo: -Isaac, como estoy próximo a morir-

—Oye, espera un momento —lo detuvo bruscamente—. ¿En serio? ¿Chistes de judíos?

—Son los que cuenta todo el tiempo —dijo la niña—. Algunos son divertidos —rió.

—No, Awesomo, ¿sabes qué? Ve a cuidar la casa. Dormiremos.

—A la orden.

—Pero, papá...

—Sin 'peros', Abby. Ya es tarde, tienes que dormir —regañó.

La niña hizo un puchero antes de cerrar los ojos y voltearse hacia el otro lado de la cama. Kyle solo la abrazo y esperó a que se durmiera para él también descansar.

«¿Su anterior dueño era antisemita o qué? —pensó al voltear la vista al pasillo, donde Awesomo desapareció».

—Oye, Khal, ¿te cuento un chiste de tu gente? —carcajeó, quitándole la ushanka.

—¡Déjame en paz, gordo!

«No... —negó efusivamente en su mente—. No, no, no... no puede ser él».

AWESOM-O (CARTYLE)Where stories live. Discover now