Capitulo tres

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En realidad, no podía hacer nada, comprendió Louis con consterna­ción. Él era un vizconde, el un mero desconocido de Somerset, y ambos estaban en medio de un salón de baile abarrotado de gente. No importaba el hecho de que él le hubiera disgustado a primera vista. Tenía que bailar con el alfa

—No hace falta que me arrastre —le dijo entre dientes.

Él aflojó el asimiento con gran ostentación.

Louis apretó los dientes y se juró a sí mismo que este alfa nun­ca convertiría a su hermano en su esposo. Su actitud era demasiado fría, demasiado superior. También era demasiado guapo, pensó de un modo algo injusto, con aterciopelados ojos verdes que combinaban a la perfección con su pelo. Era alto, sin duda superaba el metro ochenta, aunque probablemente sólo un par de centímetros, y sus labios, aun­que eran hermosos desde el punto de vista clásico (Louis había estu­diado arte suficiente tiempo como para considerarse cualificado al emi­tir tal opinión) estaban tensos en las comisuras, como si no supiera sonreír.

—Y bien —dijo el alfa una vez que los pies empezaron a moverse siguiendo los pasos—, pongamos que me cuenta por qué me odia.

Louis le pisó un pie. Dios, era un alfa directo.

—Perdón, ¿cómo ha dicho?

—No hace falta que me deje lisiado, Joven Tomlinson.

—Ha sido un accidente, se lo aseguro. —Y lo era, aunque en rea­lidad no le importaba este ejemplo concreto de su falta de gracia.

— ¿Por qué —dijo en tono meditativo— me resulta difícil creerlo?

La franqueza, decidió Louis con rapidez, sería su mejor estrategia. Si él podía ser directo, pues adelante, Louis también.

—Puede ser —respondió con sonrisa maliciosa— porque sabe que si se me hubiera ocurrido pisarle el pie a propósito, lo habría hecho.

Él arrojó la cabeza hacia atrás y se rió. No era la reacción que Louis había esperado ni en la que había confiado. Aunque, si lo pensaba mejor, no tenía ni idea del tipo de reacción que había esperado, pero desde luego que no era eso.

— ¿Puede dejarlo, milord? —Susurró con apremio—. La gente empieza a mirar.

—La gente ha empezado a mirar hace dos minutos —le contes­tó—. No es frecuente que un alfa como yo baile con un omega como usted.

Como intercambio de pullas, ésta había sido lanzada con punte­ría, pero para desgracia del alfa, también era incorrecta.

—No es cierto —contestó Louis con desenfado—. En verdad, usted no es el primero de los idiotas locos por mi hermano que inten­tan congraciarse con Zayn a través de mí.

Él puso una mueca.

— ¿No pretendientes sino idiotas?

Louis encontró su mirada y se quedó sorprendido al ver auténtico regocijo ahí.

—Sin duda no va a ofrecerme un anzuelo tan delicioso como ése, ¿verdad, milord?

—Y no obstante no ha caído en la trampa —contestó él en tono meditativo.

Louis bajó la vista para ver si había alguna manera de pisarle otra vez de forma discreta.

—Llevo unas botas muy gruesas, Joven Tomlinson —le dijo él.

El omega alzó la cabeza con un rápido movimiento.

Un extremo de la boca del vizconde se curvó formando una son­risa fingida.

—Y también tengo una vista de lince.

—Eso parece. Tendré que tener cuidado dónde piso mientras esté cerca de usted, eso seguro.

El alfa que me amo (Larry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora