Capítulo ocho

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—Mi reina. —Otto hizo una leve reverencia. —gracias por venir al funeral de mi esposa.

—Ser Otto, no me agradezca, Lynesse era una gran mujer. ¿Cómo están sus hijos?

—Alicent y Gwayne están bien.

—Lamento venir a Old Town en está situación, Rhaenyra mi hija no debe de tardar en llegar, creí que Alicent querría compañía.

—Gracias mi reina, es usted muy generosa.

—Sé lo que es perder a una madre, Otto. Alicent no merece pasar por ello sola, ni Gwayne.

—Alicent podrá quedarse a vivir en la Fortaleza.

—Es esto una pregunta. —la reina volteó. —Alicent será la doncella de Rhaenyra, sí eso es lo que le preocupa, Alicent se mantendrá alejada de Old Town por el momento, sí Gwayne lo desease, también podría venir.

—Gracias su majestad, sí me disculpa, mis hijos deben de buscarme... aunque, ellos podrían esperar.

—No deberían dé.

—Ellos comprenderán que habló con la reina y la mujer más hermosa de los Siete Reinos.

—Me temo que su esposa ha fallecido, Otto.

—No me refiero a Lynesse.

Vaya infierno tuvo que vivir Lynesse, pensó la reina. —es el funeral de su esposa mi lord, la mujer que usted amo, la madre de sus hijos y la que le permitió ser padre. ¿No siente dolor, acaso?

—Lynesse ya estaba vieja y su cuerpo débil.

—Lynesse no era vieja y era muy fuerte, su muerte me tomó por sorpresa. Era saludable, casi tanto como Alicent.

—Ya que piensa tanto en mi hija. ¿Cuándo podremos volver al Castillo?

—Usted debe de quedarse en Old Town, enseñándole a Gwayne a ser un buen gobernador.

—El rey Viserys ha dictado que debemos de volver al Castillo, sin importar lo que otros digan.

—El rey lo ha dictado y la reina lo ha negado, su hija podrá volver al Castillo, usted y Gwayne deben de quedarse en Old Town.

—¿Para qué? Sí Hobert es el heredero. Los segundos hijos, como usted y yo mi reina no recibimos nada.

—Había olvidado que es un segundo hijo, sin embargo, actúa como el primero.

—Mi reina. —dijo una doncella, cortando la tensión que había entre el anciano y la joven. —perdón pero la princesa Rhaenyra ha llegado.

—Oh Rhaenyra, mi propio corazón. —sonrió la reina mirando a su hija llegar, al hacerlo beso su mejilla y la mantuvo a su lado todo el tiempo. —permiso, lord Otto.

—Propio mi reina. —murmuró el mayor con desdén. —Alicent deja de morder tus malditas uñas. —gruñó haciendo que su hija se sobresaltara.

—Mamá.

—Dime.

—¿Por qué Otto ha golpeado al niño? —la mayor volteó, observando a Otto gritándole a su hijo, mientras esté se llevaba a la pelirroja menor y ambos desaparecían. —¿En dónde está Alicent?

—No lo sé cariño. —murmuró. —¿Quieres un pastel?

—¡Sí, pastel!

—Esposa, mi hija.

—¡Papá! —gritó Rhaenyra sonriendo, abrazando a su padre.

—Viserys.

—Rhaenyra, necesito ir a hablar con Ser Otto.

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