Capítulo 51 ♪

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La profesora llevaba ya media hora explicándonos qué tanto necesita; personal de apoyo en luces, escenografía, mobiliario, música, publicidad y, claro, los que estarán en escena.

En todo el rato que lleva hablando, estoy pensando en cómo decirle que me salgo.

No quiero estar aquí.

—Vamos a empezar a ubicar personajes —indicó y señaló a algunos por ahí—. Ya audicionaron, les dije más o menos con qué papel se pueden quedar, pero a lo mejor les viene bien otro —hizo ademanes—, entonces vamos a reacomodarnos, ¿de acuerdo?

Todos entonaron un «sí».

Me quiero ir.

Nos envió la obra por correo, la escaleta y la ficha de los personajes, para que supiéramos de qué iba todo esto.

Realmente le puse atención a revisarlo todo, cada hoja, cada palabra, en cambio, en serio no pretendo quedarme.

—¡Electra! —me habló la mujer y señaló a un lado suyo. Me puse de pie para ir a donde me dijo. Ya cerca, me pidió inclinarme hacia ella, con un gesto—. Solo míralas y ya —me susurró. Fruncí el ceño—. ¡Número 1!

De la grada hasta abajo, se puso de pie una chica, mirando al suelo, desde que se levantó hasta que se acercó.

—... —se mordió los labios.

Miré a la profesora.

—Levanta la cabeza, hija —le indicó a la chica.

Ella se recogió el cabello para luego enderezarse y mirarme.

Yo no hice nada, lo juro. Ella empezó a enrojecer y así nada más dijo que no podía hacerlo, entonces volvió a su banca.

Confundida, volteé a ver a Ámbar y, cuando ella se soltó a reír, no pude evitarlo yo.

—¿Qué estoy haciendo? —le pregunté a la profesora, riéndome todavía.

—Te juro por este silbato que tú vas a ser Stanley —fue su única respuesta.

En su lista, había 13 chicas y dos chicos como opciones para la protagonista y, contando conmigo como el protagonista masculino, tenía que encontrar a quien no enrojeciera con tan solo mirarme a los ojos.

La mujer me regañó cada que me reía, pero era inevitable.

Yo no tenía que hacer nada para que por sí solos volvieran a la grada.

A partir del séptimo, dejó de ser divertido, resultó ofensivo.

Cuando sus opciones se agotaron, suspiró frustrada.

—Tal vez debería cambiarme a mí —sugerí, porque, por lo que veo, el problema soy yo.

Revisó su lista una vez más.

—¿Puedo intentarlo? —Cecilia levantó la mano.

Enserié.

—Pero tú vienes por... —revisó su lista—, publicidad —le dijo.

—Igual puedo intentarlo.

—Adelante —la llamó agitando la mano.

La seguí con la mirada desde que bajó por las gradas hasta que se detuvo delante de mí.

Me miró directo a los ojos, por lo que yo sentí un largo rato.

Enalteció la cabeza, casi sonriéndome. Esto me empezó a tensar.

Cerré los ojos y alejé la cabeza cuando la profesora sonó su silbato.

—¡Perfecto! —anunció—. Ya los tenemos. Ahora —aplaudió—, ¡los que siguen!

Miss. Delincuente | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora