Capítulo VII

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Max revisó su aspecto y se sorprendió al ver lo tranquilo que parecía cuando tenía los nervios a punto de saltar y la sensación de decenas de mariposas en el estómago.

No quería hacerlo. Reincorporarse al mundo de la alta sociedad Madrileña no había sido parte del plan. En realidad nada de lo que había pasado en las últimas semanas formaba parte del plan.

Esa noche había un acto para recaudar fondos para una obra social con las que cooperaba la corporación de empresas Pérez. Sergio tenía que asistir y, como se suponía que se habían reconciliado, él tenía que estar a su lado.

El problema de buscarle ropa adecuada para la ocasión se había arreglado con increíble facilidad: una llamada a una boutique para dar sus medidas y habían enviado a la casa de Sergio una selección de vestidos.

Se miró con el traje, de un color azul cerúleo, hecho a su medida, se ajustaba perfectamente a us cuerpo, llevaba unos lustrosos zapatos... Y se sintió razonablemente confiado. La elección había sido adecuada.

Se había peinado lo mejor que pudo,  y se colocó poco de humectante en sus labios.

-Pareces un príncipe.
Max se dió la vuelta y le giño un ojo a su hija.
-Gracias.
-Yuki y yo vamos a ver Totoro.
-Pero sólo un ratito. Cuando Yuki te diga que es hora de dormir, no protestes ¿De acuerdo?
-De acuerdo.

Había llegado el momento de bajar al piso de abajo, unirse a Sergio y meterse en la limusina. Sabía que Emilia estaría segura con Yuki. Oscar se encargaría de todo, y además, tenían una línea privada de marcación rápida directa al móvil de Sergio.

-Vamos diablillo. Es hora de ir a la fiesta.
Llamaron suavemente a la puerta de la habitación de Emilia y después escucharon una voz masculina. La niña corrió a la puerta.

-¡Ha venido papá!
Max intento sin éxito dominar la oleada que le recorrió al ver a Sergio con un elegante traje oscuro y una camisa de lino blanco que contrastaba con su piel olivácea y el brillante pelo negro. El elegante traje negro realzaba su soberbio y músculoso cuerpo.

No sorprendía que muchas personas de todas las edades no pudieran evitar coquetearle. Poseía una salvaje sensualidad, combinada con algo prohibido, algo primitivo.

Un guerrero del mundo moderno que se enfrentaba a diario a poderosos inversionistas en varios países, siempre al límite...y siempre cubriendose las espaldas.

Los ojos oscuros e inescrutables recorrieron el delgado perfil de Max antes de agacharse para alzar en brazos a Emilia.

-¿Verdad que mami esta muy guapo?-Preguntó su hija y él sonrió.
-Precioso-Dijo Sergio-Lo mismo que tú.

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Diez minutos más tarde, Max estaba en el asiento trasero de la limusina mientras recoría una avenida que los llevaba al centro de la ciudad.

-Falta algo-Dijo Sergio rebuscando en el bolsillo de la chaqueta-Dame la mano.

Notó la duda de Max, así que le agrro la mano y deslizo en el dedo adecuaod un exquisito anillo de diamantes. El anillo de su boda. El anillo que había dejado la noche que había vuelto a  su país.

-No...
-¿No quieres llevarlo?-Lo miró a los ojos-Pues lo llevaras.
-¿Por qué?
-Creo que es evidente.
-La reconciliación...-Dijo seco notando la cínica sonrisa de Sergio.
-¿Hace falta que te recuerde que seguimos casados?

-De momento-Había aceptado el juego por Ramón, un par de semanas extras, no era mucho.
El diamante engarzado en platino lanzaba destellos de todos los colores cuando la luz lo alcanzaba. El peso le resultaba extraño.

En la cama de su maridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora