los alaridos que vienen del alma

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Julián

Ya hace dos semanas que Enzo y yo no trabajamos juntos en las letras.

Me concentro en mis clases y, de vez en cuando, intento escribir alguna que otra letra. Pero cuando no tengo la música que la acompaña no es lo mismo. Enzo se ha pasado la mayor parte del tiempo encerrado en su pieza tratando de ponerse al día con el trabajo. No dejo de preguntarme si habrá otros motivos para que haya decidido mantener la distancia.

Pasé bastante tiempo con Tomás y descubrí más cosas acerca de su relación con Florencia. Con ella, sin embargo, no volví a coincidir, así que, por lo que yo sé, sigue pensando que soy sordo.

Según lo que me contó Tomás, su relación es cualquier cosa menos típica. Él no la conocía antes de que ella se mudara hace seis meses, pero Sebastián y ella son amigos desde hace muchos años. Tomás dice que Florencia y él no se llevan nada bien y que durante el día cada uno va por su lado. Pero de noche, la cosa cambia por completo: intentó darme más detalles de los que me gusta escuchar, así que lo obligo a callarse cuando empieza a contar demasiado.

Ahora mismo, por ejemplo, me gustaría mucho que se callara, porque está en medio de uno de esos momentos de contar demasiado. Tengo clase dentro de treinta minutos y estoy intentando leer un capítulo a última hora, pero él está empeñado en contarme lo que hicieron anoche: que si él no le dejó sacarse el uniforme a Florencia porque le gusta interpretar papeles, que si... dios, ¿por qué creerá que me interesa escuchar todo esto?

Por suerte, Florencia sale de su habitación y creo que ésta es, muy probablemente, la primera vez que me alegro de verla.

—Buenos días, Florencia —dice Tomás mientras la sigue con la mirada por todo el living—. ¿Dormiste bien?

—Anda a cagar, Tomás —le contesta ella.

Empiezo a entender que ésta es su forma de saludarse por las mañanas.

Florencia entra en la cocina y me lanza una mirada; después le da otra mirada a Tomás, que está sentado en el sofá a mi lado. Lo mira con los ojos entornados y se vuelve hacia la heladera. Enzo está a la mesa del comedor, concentrado en su computadora.

—No me gusta que lo tengas todo el día pegado al culo —dice Florencia dándome la espalda.

Tomás me mira y se ríe. Al parecer, Florencia sigue pensando que no la escucho, pero a mí no me parece muy divertido que hable mal de mí.

Florencia se vuelve con brusquedad y mira a Tomás.

—¿Te parece divertido? —le pregunta—. Está claro que este te quiere dar, y vos ni siquiera me respetas lo bastante para mantenerte alejado de él hasta que salga de casa. —Vuelve a darnos la espalda—. Primero le cuenta a Enzo todo ese problema que tuvo para que lo deje vivir acá y ahora se aprovecha de que sabés lenguaje de señas para chamuyarte.

—Ya está, Florencia.

Tomás ya no se ríe, porque se dio cuenta de lo blancos que se me han puesto los nudillos de tanto apretar el libro. Creo que tiene miedo de que le estampe a Florencia mi edición de tapa dura en la cabeza. Y hace bien en tenerlo.

—Anda a cagar, Tomás —le espeta ella, que se vuelve otra vez para mirarlo a la cara—. O dejas de meterte en la cama conmigo a la noche o dejas de joder con él en el sillón durante el día.

Dejo caer el libro sobre mi regazo con un golpe seco y empiezo a patalear contra el suelo de rabia, de frustración y de enojo puro. No la soporto ni un segundo más.

—¡Florencia! —le grito—. ¡Callate! ¡Dios! No sé por qué crees que soy sordo, pero te aseguro que no uso el lenguaje de señas para chamuyarme a Tomás. Ni siquiera sé hablar con lenguaje de señas. Y a partir de ahora, por favor, ¡dejá de gritar cuando hables conmigo!

tal vez mañana | julián x enzoWhere stories live. Discover now