verte llegar fue luz, verte partir un blues

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Julián

—¿Estás llorando? —me pregunta Florencia sin la menor compasión cuando entra por la puerta.

Tomás entra inmediatamente después, pero se para en seco nada más verme.

No sé cuánto tiempo llevo sentado en el sofá, inmóvil, pero todavía no es suficiente para permitirme asimilar la realidad de lo que pasó. Sigo abrigando la esperanza de que todo sea un sueño. O una pesadilla. No es así como tenían que salir las cosas.

—¿Julián? —pregunta Tomás en tono vacilante.

Sabe que pasa algo, porque estoy seguro de que mis ojos hinchados e inyectados en sangre me delatan.

Intento pensar en una respuesta, pero no se me ocurre nada. Por mucho que yo también esté metido en todo este asunto, sigo pensando que no me corresponde compartir la situación de Valentina y Enzo.

Por suerte, Tomás no tiene que preguntarme qué pasa, porque se lo ahorra la llegada de Enzo. Entra de forma precipitada por la puerta y tanto Florencia como Tomás concentran en él toda la atención.

Enzo, sin embargo, se abre paso entre los dos y se va directamente a su habitación. Abre la puerta y segundos más tarde, sale por el baño. Mira a su amigo y le dice algo por señas. Tomás se encoge de hombros y contesta del mismo modo, pero no entiendo nada de la conversación.

Cuando Enzo contesta de nuevo, Tomás se vuelve para mirarme fijamente.

—¿De qué está hablando? —me pregunta.

Me encojo de hombros.

—No tuve tiempo de aprender lenguaje de señas desde la última vez que hablamos, Tomás. ¿Cómo querés que sepa?

Sacude la cabeza de un lado a otro.

—¿Dónde está Valentina, Julián? —Tomás señala la mesada, sobre la que descansa la computadora de Enzo—.Dice que Valentina tenía su computadora, así que tuvo que pasar por acá.

Miro a Enzo para responder, pero no puedo negar que los celos me consumen al ver cómo reacciona cuando se trata de Valentina.

—No sé a dónde se fue. Entró, dejó tu computadora y buscó sus cosas. Se fue hace como media hora.

Tomás traduce todo lo que le digo a Enzo. Cuando termina, éste se pasa una mano por el pelo en un gesto de frustración y después da un paso hacia mí. Percibo dolor y furia en sus ojos y empieza a gesticular vigorosamente con ambas manos. Su rabia, más que evidente, hace que me estremezca, pero su decepción despierta mi propia rabia.

—Quiere saber por qué dejaste que se fuera —dice Tomás. Me pongo de pie de inmediato y miro a Enzo a los ojos.

—¿Y qué esperabas que hiciera, Enzo? ¿Encerrarla en el armario? ¡No es justo que te enojes conmigo por lo que pasó! ¡No es a mí a quien no se le ocurrió borrar unos mensajes que nadie más tenía que leer!

No espero a que Tomás termine de traducir lo que acabo de decir. Me voy a mi habitación y cierro de un portazo para después dejarme caer sobre la cama. Momentos más tarde, escucho cerrarse con gran estrépito la puerta del dormitorio de Enzo. Pero los ruidos no terminan ahí; me llega un estruendo de cosas que se estrellan contra la pared, una tras otra, mientras Enzo va descargando su frustración contra todo objeto inanimado que se cruza en su camino.

Alguien toca la puerta, pero no lo escucho a causa del ruido procedente de la habitación de Enzo. Tomás abre y entra; después cierra la puerta y apoya la espalda en ella.

—¿Qué pasó? —pregunta.

Giro la cara en la dirección opuesta. No quiero contestarle, y tampoco quiero mirarlo porque sé que lo que diga sólo servirá para que se sienta decepcionado conmigo y con Enzo. Y no quiero que se sienta decepcionado de Enzo.

tal vez mañana | julián x enzoOnde histórias criam vida. Descubra agora