a tu lado me quedé y ahora debo pagar el precio

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Julián

No quiero levantarme de la cama. No quiero ir a cursar. Y, obviamente, no quiero salir otra vez a buscar trabajo. No quiero hacer nada que no sea seguir tapándome los ojos con la almohada, porque sólo así puedo establecer una barrera adecuada entre yo mismo y todos los espejos de este departamento.

No quiero mirarme en el espejo porque me da miedo verme tal como soy ahora mismo.

Alguien que no tiene sentido moral ni respeto por las relaciones de los demás.

No puedo creer que anoche besé a Enzo.

No puedo creer que él me besó a mí.

Y no puedo creer haberme puesto a llorar apenas él se alejó de mí y vi la expresión de su cara. No creía que fuera posible concentrar tanto dolor y arrepentimiento en una misma expresión. Ver lo arrepentido que estaba Enzo de haber compartido ese momento conmigo fue uno de los golpes más duros que mi corazón ha tenido que aguantar. Me dolió más que lo que me hizo Agustín. Me dolió más que lo que me hizo Lucas.

Pero por mucho que me doliera ver su expresión de arrepentimiento, eso no fue nada comparado con la vergüenza y la culpa que sentí al pensar en lo que le había hecho a Valentina. En lo que Enzo le había hecho a Valentina.

En cuanto me puso la mano en el pecho y se me acercó, supe que tenía que levantarme de la cama y pedirle que saliera de la habitación.

Pero no lo hice. No pude.

Cuanto más se acercaba y más nos mirábamos el uno al otro, más me consumía la necesidad. No era una necesidad básica, como por ejemplo la de tomar agua cuando tengo sed o la de comer cuando tengo hambre. Era una insaciable necesidad de alivio. Alivio del anhelo y del deseo que he estado reprimiendo durante tanto tiempo.

Jamás me había dado cuenta de lo poderoso que puede ser el deseo. Nos va consumiendo por dentro, estimulando nuestros sentidos al máximo. Cuando nos encontramos en ese momento, estimula nuestro sentido de la vista, y lo único que podemos hacer es concentrarnos en la persona que tenemos delante. Estimula también nuestro sentido del olfato y, de repente, percibimos que la otra persona tiene el pelo recién lavado o una remera recién sacada del secador. Estimula también nuestro sentido del tacto y hace que se nos erice la piel, que notemos un cosquilleo en las yemas de los dedos, que anhelemos que nos toquen. Estimula el sentido del gusto, y de repente nuestros labios se sienten hambrientos y deseosos. Y lo único capaz de satisfacerlos es el alivio que nos produce otra boca en busca de lo mismo.

Pero... ¿cuál de mis sentidos estimuló más el deseo?

El oído.

En cuanto Enzo me puso los auriculares y empezó a sonar la música, se me puso de punta el vello de los brazos, sentí escalofríos y tuve la sensación de que los latidos del corazón se me adaptaban lentamente al compás de la música.

Por mucho que Enzo anhelara también ese sentido, no podía experimentarlo. En ese momento, ni siquiera todos sus otros sentidos combinados pudieron compensar la falta del que él más deseaba: él anhelaba escucharme tanto como yo anhelaba que me escuchara.

Lo que pasó entre nosotros no pasó porque fuéramos débiles. Enzo no me pasó la mano por la mandíbula primero y por la nuca después sólo porque yo estuviera justo adelante suyo y le entraran ganas de estar con alguien. No pegó su cuerpo al mío sólo porque me considere atractivo. No me separó los labios con los suyos solamente porque le guste besar y estuviese seguro de que nadie se enteraría.

Por mucho que los dos intentáramos resistirnos, todas esas cosas pasaron entre nosotros porque lo que sentimos el uno por el otro está empezando a ser más fuerte que el deseo. Es fácil luchar contra el deseo, sobre todo porque la única arma que éste posee es la atracción.

tal vez mañana | julián x enzoWhere stories live. Discover now