Mi Vida En Prisión Parte I

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La Boa y yo habíamos hecho algo de vínculos en estos dos meses y medio que he estado en presión. Sigue siendo ruda y agresiva, pero conmigo es un poco más sutil, quizás todo se deba a que he aprendido a entender algo de su método de vida, que odia las preguntas de su pasado y familia, que odia conversar y que su pasatiempo favorito es pincharse las piernas con una pequeña chincheta moza de color azul. Estos últimos días he estado un poco enferma, náuseas, vómitos y decaimiento corporal acompañados de un cansancio general son todos los síntomas que acompañan.

— Chihuahua, será mejor que vayas a la enfermería o estarás muerta para el siguiente amanecer — me decía La Boa sentada desde su litera mientras yo estaba arrodillada frente al retrete.

— Sí, supongo que tienes razón en eso — le respondí mientras hacía una arqueada provocada por las náuseas.

— Yo siempre tengo la razón chihuahua — replicó, pincha sus piernas una y otra vez con su chincheta hasta crear una marcha de sangre del tamaño de su enorme mano.

Martha había muerto, y ahora me habían bautizado como la chihuahua, dicen que es porque tengo una voz chillona. Ya no era más la consentida Sta. Winston-Collins, más sino la burla de toda la cárcel, la que le lavaba la ropa a la mujer más desagradable de todo este infierno, a la que obligaba a tener sexo con ella cada noche, y a la que ponían a lamer su vagina llena de viejos bellos cada vez que se le antojara. Me puse de pie, tire de la cadena del retrete y me paré en la reja y llamé con un fuerte grito a la carcelera con las pocas fuerzas que me quedaban.

—¿Qué quieres Collins? — dijo deteniéndose al otro lado de la celda

— Necesito ir a la enfermería, estoy muy mal — le dije sosteniéndome de la reja, escupo y seguido me quejo.

— La enfermería está llena, quizás solo sea un virus — dijo dándose la vuelta.

—¡Que la lleves coño! — le gritó La Boa desde su cama.

La carcelera abrió la reja, me tomó por mi antebrazo derecho y me dijo — Andando, no tengo todo el día.

Mi celda está situada en la segunda planta de la prisión por lo que tuvimos que bajar las estrechas escaleras metálicas para poder llegar a la enfermería. Al llegar a la misma me di cuanta que lo que había dicho la carcelera era totalmente mentira, ya que no había más que una solía reclusa en la enfermería, ella estaba casi parcialmente golpeada, sus ojos con una coloración azulosa y varios moretones en su rostro, más algunas marcas de quemaduras que al parecer habían sido provocadas con una especie de objeto metálico en sus brazos, hombros y sobre su mentón derecho.

— Siéntate y espera aquí — dijo la carcelera señalando la cama situada al lado de la de la reclusa que estaba allí. Se adentró más en la enfermería caminando entre las camas vacías.

— Hola, ¿Qué te sucede? — dijo la doctora anotando en su talonario.

— Tengo náuseas y vómitos todo el tiempo, hace varios días que no logro retener en mi estómago la comida por más de diez minutos, y estoy todo el tiempo débil y cansada.

— ¿Has experimentadas fiebres, falta de aires, diareras, sangrado nasal? — me dijo mientras miraba mis pupilas alumbrándolas con la lámpara de cuello que tenía a su lado.

— No, solo lo que le dije anteriormente.

—Muy bien, te haré un chequeo junto con una revisión vaginal y veremos qué hay, ven conmigo. Tumbarte en esta camilla — dijo señalando una camilla de revisión vaginal, sabía a la misma y continuó diciendo — Quítate la ropa y ponte esta bata.

Me desnudé por completo, me puse la bata que me había dado y me acosté sobre la extraña camilla que estaba al frente de mí. Ella se acercó a mí con una pequeña linterna y revisó mis ojos muy detenidamente, tomo mi presión arterial.

Pecado Original Where stories live. Discover now