El juego de la moneda

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Alex se puso el traje nuevo para la celebración de su cumpleaños en la noche. Daniela no dejaba de intentar asomarse por la puerta, así que fue la primera en verlo cuando él le dijo que podía entrar.

La niña gritó.

—¡Y es rosado!

Esto probablemente era lo más emocionante para ella. Lo abrazó y le dijo varias veces que se veía "bonito".

Alex estaba tan contento con su hermana menor colgada del costado que casi había olvidado que el resto no iba a reaccionar igual. Paula lo observó en el pasillo como si fuese un completo desconocido y le pasó por un lado. Fue tan obvia que incluso Daniela dejó de parlotear.

—¿Cuál es tu problema conmigo? —Alex se atrevió a preguntar esto—. Pensé que tú ibas a entenderlo al menos. Bastantes veces te ayudé a sacar a una chica sin que supiesen y te vi llorando por si no te querrían antes de salir del closet.

Paula se limitó a mirarlo durante unos segundos. Luego suspiró y arrugó la nariz.

—Lo mío puede pasar. Lo tuyo es anormal. Mira —Ella se giró e intentó adoptar una expresión conciliadora—, yo entiendo la confusión. Cuando tenía tu edad, a veces pensaba que ojalá ser un hombre porque sería más fácil y sería hetero y sólo podría salir con chicas tranquilamente, pero-

—A mí no me atraen las chicas —aclaró Alex en tono aburrido—, e incluso si lo hicieran, eso no tiene nada que ver con esto.

Paula frunció el ceño.

—No puedes entender que esto es una traición...

—Perdón, ¿a quién estoy traicionando?

—¡A las mujeres! No puedes cambiar lo que eres así. Rechazar ser una mujer es una traición a todas las demás mujeres.

Sonaba tan segura.

Eso lo hizo más repugnante.

Alex sintió que los brazos de Daniela alrededor de él se tensaban y le dio una palmadita en el hombro. Fue la única razón por la que decidió no contestarle.

—Vamos a comer torta —le dijo a su hermana menor.

Daniela le dio una mirada extraña a Paula al pasarle por un lado. Paula le ordenó que no le estuviese siguiendo el juego y Daniela sólo lo abrazó más fuerte, casi haciéndole imposible caminar.

—No estamos jugando —Fue lo que le dijo, sin verla.

Nada más llegar a la sala, Alex escuchó un bufido de su madre.

—Siempre me ha caído mal la gente que se pone con resoplidos y bufidos en vez de hablar cuando pueden hacerlo perfectamente, ¿qué les pasa? ¿Les gusta ser pendejes? —Juan Pablo se encontraba en un sillón con las piernas cruzadas y una revista.

—En esta casa no se habla ese supuesto "lenguaje inclusivo" —La madre de Alex intentó sonar educada al dirigirse al hombre mayor, aunque pecaba de condescendiente.

—Ya lo hice —Juan Pablo ni siquiera dejó de ojear la revista—. Una "e", uy, qué miedo, me cago del miedo.

La madre de Alex puso unos platos en la mesa con más fuerza de la necesaria.

—La inclusión sería hablar lenguaje de señas o braille-

—Es "lengua de señas", no "lenguaje", y el braille no se habla. Lo sabría si recordase su existencia para algo más que intentar hacer sentir mal a su hijo y rechazarlo.

El rostro de la mujer estaba muy rojo, pero resopló y se metió a la cocina de nuevo. No escuchó lo que iba refunfuñando.

Alex y su hermana se acercaron al abuelo y Daniela se subió en el reposabrazos del asiento para que él la dejase ver el contenido de la revista.

NaguaraWhere stories live. Discover now