El hogar de Alex

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Alex sacudió la cabeza, intentando concentrarse en las uvas que estaba pintando sobre una tabla que iría dentro del armario de su altar como una mini repisa. Él lo estaba ayudando a terminar de pintar. Los dos se encontraban sentados en la sala porque Juan Pablo cocinaba y les había dicho que no pensaba dejar que hubiese dos adolescentes usando herramientas sin supervisión cuando estuviesen acomodando la repisa.

—...entonces su madre le dijo que eso debería hacerlo él porque él era el hombre y todo ese uga, uga machista de que él tenía que saber hacerlo —continuaba Juan Pablo, de espaldas a ellos.

—¡Pero si el abuelo era artista! —replicó Alex—. No tiene nada que ver con la plomería...

—Es que tiene que ver con la hombría —dijo Manuel en un tono de conocedor que no podía ser más fingido—. Se te puede caer algo si no eres capaz de cumplir funciones de plomero que nada tengan que ver con tu trabajo o estudios —Y rodó los ojos.

—Pues él se dejó convencer y tomó la caja de herramientas de su padre y fue hacia esa tubería bajo el lavaplatos —siguió Juan Pablo—. Y utilizó un martillo. En el tubo. Al que sólo debía girarle algo.

Alex podía imaginarse perfectamente la escena en que su otro abuelo, ese hombre delgado y de apariencia delicada que había visto en una foto hace unos días, miraba a Juan Pablo con absoluta confusión mientras el tubo roto no dejaba de sacar agua a chorros en la cocina.

—Perfectamente podría ser yo —dijo Manuel, riéndose.

—¿Y qué hicieron? —preguntó Alex, intentando contener la risa.

—Le dije que estuviese limpiando para asegurarse de que el agua no nos iba a inundar mientras yo llamaba a un plomero de verdad. Llegó en unos minutos porque era una emergencia y le echó un regaño que duró más de veinte minutos. También intentó explicarle algo sobre los tubos, pero él no servía para eso. Las herramientas que sabía usar era con las que pintaba, no esas.

—Me recuerda a mi papá —mencionó Manuel—. Mi mamá dice que cuando eran jóvenes, una vez se le quemó un bombillo y él le dijo que se lo iba a colocar...

—¿No pudo? —indagó Alex.

—Se quemó la mano porque no se le ocurrió apagar la luz antes de ponerlo pero no pensaba gritar o dejar de colocarlo porque pensó que se vería ridículo frente a ella.

Alex se mordió el labio para no reírse.

—Eso es muy tierno, pero también es muy gracioso-

—Mamá dice que así funcionan los despliegues de masculinidad Soler —Manuel se encogió de hombros—, también dice que mejor nos deja a papá y a mí hacerles la ropa a las gemelas en la máquina de coser y ella cambia las bombillas. Y llamamos a alguien si es con tubos. No llegamos al punto de saber de tubos.

Juan Pablo recordó algo y le hizo unas preguntas a Alex sobre el altar mientras los dos seguían pintando.

En un momento, Manuel se le acercó y le dio un beso rápido que hizo que los trazos del pincel de Alex se desviasen un poco. Él se empezó a quejar, manchó la cara del otro de púrpura y se encogió cuando su abuelo los miró de reojo con una ceja arqueada.

Cuando el altar estuvo por completo listo, Alex hizo toda una presentación sentándose con Dio a un lado y hablando de la construcción en un tour pieza por pieza. Dio comía uvas y sonreía.

—Está lindo, está lindo...¿no le puedes meter unas luces?

Luces, repitió Alex. Eso era mucho más complicado que pintarlo.

—No sé de electricidad —aclaró Juan Pablo de inmediato cuando Alex le preguntó, sacudiendo la cabeza—. Puedes intentar ver si algune por aquí sabe, y si no, pues...tutoriales de YouTube, allá vamos.

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