Simba

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Ser el rey del instituto era la tarea más sencilla en su caótica vida. Sólo con derrochar simpatía a cada paso por el interminable pasillo, con un par de sonrisas para derretir corazones les tenía comiendo de la palma de su mano. ¿Qué iban a hacer si no? Él era Simba, hijo único del alcalde y su esposa, la familia más poderosa de todo el pueblo. Notas excelentes, el mejor jugador de lacrosse y con una novia preciosa. Todos los alumnos lo adoraban. Sería el rey del baile y acabaría en una buena universidad. Estudiaría Derecho como su padre o Medicina como su madre. Tendría una bonita casa en la ciudad, una esposa magnífica y un par de niños preciosos. Simba tenía la vida perfecta, un pasado feliz, un futuro prometedor y un presente envidiable. ¿Y entonces por qué se escondía cada noche en su armario, mientras mantenía los ojos cerrados y los puños apretados?¿Por qué, entonces, cuando nadie le veía, la sonrisa falsa de conquistador se convertía en la más triste que alguien había podido ver una vez? Porque seguía culpándose, aunque su madre y los médicos dijeran que fue un accidente. Cuando las pesadillas lo despertaban en las noches más oscuras y se encontraba a su madre abrazada a su lado, se pasaba por su mente contarle la verdad; pero los terroríficos susurros que había escuchado al ver a su padre tumbado en el arcén le recordaban que no podía decir nada. "No se lo cuentes a nadie, Simba. Sabrán que ha sido por tu culpa y ni siquiera tu madre soportará mirarte sin ver a un asesino. Así que quédate calladito y todo irá bien. Disfruta de tu último curso, consigue el campeonato y diviértete con esa rubia; pero no olvides la cara de tu padre suplicando por un segundo más de vida. Nunca".
Seis interminables meses fingiendo ser el mismo que era antes del accidente de coche; levantándose cada mañana y viendo a un miserable que había matado a su padre. Era tal la culpa que todas las noches, a las doce, aparecía en el cementerio, pidiéndole perdón de todas las maneras posibles.

Nunca sería el mismo después de aquello. Toda su vida se había quedado reducido a ese fatídico momento en el que el destino jugó a favor del villano y acabó con la vida de su propio hermano delante de su único hijo, haciéndole creer que había sido su culpa. Y el motivo era sólo el poder, el egoísmo que podía acabar con toda la humanidad de una persona.

Meses más tarde, Simba decidió contar la verdad. Qué más daba lo que le pasara a él después de aquello; debía honrar a su padre. Fue a buscar a su madre y a su tío para aclarar de una vez lo que ocurrió esa noche. Cuando llegó a casa, estaba totalmente a oscuras. Una sombra lo tiró al suelo e inmovilizó sus manos, mientras él intentaba escaparse de su agarre. Supo que era el final cuando escuchó el chasquido de una pistola en su oreja.
—Pensé que te había dicho que nadie podía enterarse, Simba —la familiar voz de su tío resonaba en la vacía habitación—. Nunca te ha gustado acatar órdenes. Una pena lo de tu madre, por cierto —los gruñidos de Simba se confundían la leve risa de su tío—. A todos les parecerá muy razonable que os hayáis ido a pasar una temporada lejos de este pueblo. Quizás a ese país indonesio que tanto adora tu madre. Puede que algunos especulen, pero nada que no pueda solucionar el nuevo alcalde —sonríe mirándole directamente a los ojos—. ¿Has oído lo agradecidos que están por mi contribución al zoo? Creo que la campaña se ha puesto claramente a mi favor. Todo gracias a ti, querido sobrino. Y aunque casi lo fastidias todo, alguien debía recordarte quién sigue siendo el rey —dicho esto, puso la pistola en su frente y sonrió una última vez antes de que todo se volviera negro—.

Colorín, colorado, esto aún no ha acabado Where stories live. Discover now