Este vació entre nosotros se siente medio lleno

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...

—Y nunca me volví a parar por ahí. Aunque no estoy muy segura, pienso que la razón de peso fue el remordimiento de conciencia... o algo así— me estiré —He ahí la historia— dije un poco orgullosa.

—Entonces ¿Cómo quedó tu relación con la esposa del alcalde?— aún me miraba intrigado.

—Pues, supongo que bien. Hace años que no me paro por su casa. Creo que es algo así como una tregua forzada: yo no hago nada y ella tampoco— me reí.

—Una historia interesante— dijo dándome una inocente sonrisa. Instantes después mientras se ponía de pie.

—Espera— tomé a Max del brazo, pero inmediatamente lo solté al darme cuenta de que eso ya era mucho contacto entre los dos —No se lo vayas a decir a nadie— le dije suplicante.

— ¿A quién se lo diría aquí encerrado?— dijo con un poco de humor.

—Me refiero a que no se lo digas a mi padre— dije poniendo los ojos en blanco —Él sabe lo de los libros, pero nunca fui capaz de decirle lo de las manzanas.

La mirada de confusión de Max me exigía una explicación.

—No quería que pensara que era una pequeña delincuente.

—Tranquila, soy una tumba.

Le ofrecí una sonrisa. Al ver que Max subía las escaleras, volví a abrir mi boca.

—No tan rápido.

Max descendió y me miró confundido.

—Tú ya sabes mucho sobre mí, pero de ti yo no sé prácticamente nada.

Saumensch, sube a cenar— dijo mi madre impidiendo a Max contar su historia.

—Creo que será en otra ocasión— dijo apenado.

Me puse de pie y pasé junto a él hacia arriba.

—Por supuesto.

En la madrugada, varios días después estaba más despierta que el velador de un banco. El sueño se me espantó hace unos minutos por culpa de varios camiones que pasaron por la casa. Seguro iban repletos de inocentes hombres con camino a la guerra.

El cuerpo de la cama de al lado empezó a moverse, lo cual quería decir que Max estaba teniendo su pesadilla.

Me levanté de la cama y le di un par de golpes en las mejillas. Cuando despertó, le tendí el vaso de agua que aceptó de buena gana.

— ¿Estás bien?— me preguntó un poco desconcertado.

—Se supone que soy yo la que tiene que preguntarte eso.

Seguramente esas pesadillas estaban acabando con su cordura, supongo que estar encerrado también tenía que ver con eso.

—Lo digo porque ahora los golpes con los que me despertaste no fueron tan fuertes ni agresivos.

Me reí de manera sincera. Él tenía razón.

—Bueno, creo que tiene que ver con que no me despertaste— me apoyé en la cabecera de mi cama.

— ¿Ya estabas despierta?

Asentí, pero luego recordé que no me veía.

—Sí, pero tú duérmete. Ignórame.

—Está bien— dijo no muy convencido.

Max se acomodó después de tomarse el vaso de agua. Después de unos instantes, se enderezó e imitó la postura en la que yo estaba sentada.

— ¿Sigues despierta?

Ja, ¿te contagié?

—Creo que sí.

Prendí la lámpara y así pudimos vernos las caras.

—Estás un poquito despeinado— le dije haciendo gestos señalándole la cabeza.

—Creo que eres la menos indicada para hablar de cabellos despeinados— dijo mientras se alisaba el cabello.

Me llevé las manos a la cabeza y empecé a alisarlo también mientras nos reíamos.

—Eres muy fijado, ¿eh?— le recriminé.

—Lo siento, tenía que aprovechar que sacaste el tema y decirlo antes de que me diera un ataque de risa— puse cara de incrédula — ¿Te digo algo y no te enojas?— dijo con una sonrisita traviesa.

—Suéltalo— aparentaba estar enojada, pero por dentro me daba risa que Max por fin se estuviera abriendo conmigo.

—Siempre, después de que me despiertas, me das risa porque te ves rara despeinada— dijo mientras trataba de aguantarse las carcajadas.

Me empecé a reír.

—Eres un Saukerl— le aventé mi almohada, que desgraciadamente esquivó —Nunca debes reírte del aspecto de una mujer, por muy fea que está este.

—Yo en ningún momento dije que te vieras fea.

Desvié la mirada hacia el suelo apenada, seguramente también estaba sonrojada. Odiaba que alguien tuviera semejante poder sobre mí.

—No... no quería hacerte sentir incomoda— dijo devolviéndome la almohada.

Tomé mi almohada sin decirle nada y la abracé. Tuve que mirarlo para que no supiera que me había puesto nerviosa.

— ¿Aun no tienes sueño?— dijo después de que nos quedamos un buen rato en silencio.

Negué con la cabeza.

— ¿Por qué?

—Bueno, aprovechando que tenemos tiempo libre, se me ocurrió que podía hablarte sobre mí.

Me senté en su cama con las piernas cruzadas.

—Acepto. Te escucho— le dije con una gran sonrisa.


Tu cielo, mi destino. Fanfic de 'La ladrona de libros'.Where stories live. Discover now