2. La energía de un beta

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Ser desagradable, en ocasiones, podía resultar bastante beneficioso.

No se trataba de que a Xavier le gustase que le odiaran, o que todo el mundo le cayese mal. Él simplemente era así. Por suerte, aquello por lo general evitaba escenas tan incómodas como la que estaba teniendo lugar en ese preciso instante. Es más y aún peor, en su propia cama.

—Alexis...—Su voz sonó ronca por el esfuerzo de contenerse. Un aura asesina, casi palpable, se extendió amenazadora sobre ellos. Pero a Alexis no pareció afectarle.

Todo empezó aquella misma mañana, cuando al despertarse de un ligero y muy interrumpido sueño, lo primero que vio fue una mata dorada de pelo pegada a su cabeza. No es que aquello, como norma general, fuese algo realmente extraño. Bien sabía Xavier que hubiese sido una hipocresía el negar haberse levantado demasiadas veces con una cabellera desconocida a su lado. Pero había algo en aquel tono dorado y aquel pelo corto que le incomodaba. Posiblemente el que fuese de Alexis.

—Alexis...—repitió maldiciendo por lo bajo mientras veía ahora con claridad el rostro dormido de su amigo. Esperando que no estuviese desnudo, como lo estaba él mismo, miró fugazmente su cuerpo. Casi suspiró aliviado al verle con un horrible pijama verde lima, que resaltaba de forma casi cómica contra su morena piel—. ¡Idiota!

—Mmmm... Un poco más, Ali. Tengo sueño. —Sus ojos se abrieron asombrados al reconocer aquel nombre, pero sin pararse a pensar en su propia desnudez, empujó a Alexis con brusquedad, haciéndole caer al suelo con un golpe seco que además arrastró con él sus sábanas—. ¡Xavier! ¿Qué haces en mi cuarto?

—Mira que eres idiota. Más te vale salir en los próximos cinco segundos de mi habitación, o ya puedes largarte de mi casa.

Por fin Alexis pareció darse cuenta de la situación, es más, en cuanto sus adormilados ojos se enfocaron en él, todo rastro de sueño pareció evaporarse. Con el ceño fruncido, Xavier solo pudo quedarse completamente inmóvil, esperando a que el otro reaccionara de una maldita vez.

—Ahora sé porque me volví gay, Xavier, ¡qué envidia!

—¿Pero qué demonios estás mirando?

—¿Eh?—Poniéndose en pie, Alexis se llevó una de sus manos a la nuca, mostrándose entre impresionado y avergonzado. Y aquellos ojos no se apartaban de la entrepierna de Xavier—. Pero es que es francamente grande. El mío no es así de...

—¡Cállate! Ni siquiera sé qué demonios haces aquí.

—Pero aún es muy temprano.

—Pues entonces vete a tu cuarto, que para eso me has obligado a darte uno en mi casa.

Si Alexis se sintió ofendido ante aquello, no dio muestra alguna de ello. Simplemente se recostó en las sábanas azules mientras se estiraba de forma felina.

—Venga, Alexis, no tengo paciencia para esto.

—Tu cama es muy grande, no seas egoísta.

Tuvo que ahogar una exclamación de sorpresa al verse sorprendido, siendo agarrado por brazos ajenos y tirado sin mucho miramiento sobre la cama. Alexis se apoyó contra él, cerrando los ojos con gesto satisfecho.

—No deberías exaltarte tanto, podrías herir a nuestro hijo.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Con toda su fuerza renovada, le agarró con la cabeza para hundírsela entre las suaves plumas del almohadón. Ignorando los gritos amortiguados por la tela.

—¡Y ahora levántate!—exclamó zarandeándolo.

Solo obtuvo una sonrisa infantil por su parte, y Alexis siguió sin moverse de su sitio. Cuando una mano se posó en la parte baja de su abdomen, todo su cuerpo se tensó.

Hermosos imprevistosWhere stories live. Discover now