12. LAS DECISIONES IMPREVISIBLES

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Entre sus brazos, Alexis tembló.

Tiempo después, quizás algún día de verano mientras se cepillase los dientes o peinase sus cabellos, descubriría que no solo él se estremeció, sino que todo a su alrededor se convulsionó de forma extraña cuando Xavier Lobos, guerrero por vocación y heterosexual convencido, le besó. Un beso que hizo a sus rodillas debilitarse y a sus manos aferrar aquella prenda ligera que precariamente se mantenía sobre sus hombros.

Escuchó un gemido, que debía venir de él porque Xavier nunca, ni en sus sueños más calientes, gemiría así, con ese toque anhelante. Pero poco importó cuando las manos frías y rápidas asieron el delgado trasero de Alexis, presionando todo aquel cuerpo largo y lleno de músculos definidos contra él. Alexis pensó que si terminaba ahogado en aquel beso, al menos moriría feliz y caliente.

No podían volver a las habitaciones, por lo que la única solución posible eran los baños que a aquellas horas seguirían manteniendo la calefacción encendida. Xavier gruñó cuando le empujó, pero Alexis no pensaba quedarse a la intemperie con el trasero y otras partes más sensibles al aire. No le costó mucho agarrar esas caderas y hacer que Xavier rodease su cuerpo con las largas piernas. Por un momento se preguntó si aquella postura no le haría retroceder, pero el vengador se limitó a devolver el beso, enterrando sus largos dedos en los cabellos rubios.

Afortunadamente el baño estaba vacío. Xavier bajó de él, tomando el control y estampando su espalda contra una de las paredes de la bañera que todavía desprendía una agradable capa de calor. Sus labios se abatieron contra los de Alexis y este se dejó hacer, perdido entre aquella bruma que nadaba entre el deseo y la felicidad. Emociones encontradas que no solo estremecían su cuerpo ante aquellos toques febriles sino también su corazón, que no pudo sino saltar cuando una de las finas manos se coló entre ambos cuerpos, buscando y después agarrando su necesitado miembro, que palpitó entre aquellos dedos, inquisitivo. Le escuchó reír, más ni una palabra abandono aquellos labios crueles que se afanaban en dejar su marca junto al cuello de Alexis.

Suspiró contra su boca, esperando. Esperando más. Pero la indecisión que entonces agarrotó cada músculo de Xavier fue casi palpable entre ellos. Y entonces Alexis comprendió. Lo vio tan claro como la luna en el oscuro y despejado cielo, y con una sonrisa que esperaba esconder del otro, invirtió las posiciones, dejando a Xavier contra la pared. Este frunció el ceño, confuso momentáneamente, pero en seguida pareció comprender lo que sucedía. Alexis esperó; una señal, quizás un rotundo golpe que le dejase inconsciente, pero al no sentir nada de aquello simplemente se dejó caer de rodillas, una nueva perspectiva que le dejó justo en frente del miembro erecto y de un furioso rojo brillante.

Alexis dudó, fue imposible no hacerlo, pero finalmente sacó la lengua, determinado, y lamió aquella punta sonrojada que dejaba escapar ya parte del precum. Las manos de Xavier se aferraron a sus cabellos, nunca presionando para que Alexis fuese más allá. Era salado y amargo, nada que Alexis pudiese apreciar como un buen sabor, pero a la vez caliente como pocas cosas que hubiese probado. Pensando en lo que le gustaba a él mismo, abarcó toda la cabeza, lamiendo primero y absorbiendo después, dejando que su boca se ahuecase sobre la forma roma que palpitaba entre sus labios. Con las manos acarició los dos sacos llenos que se balanceaban.

—Te gusta, ¿verdad? –preguntó apartándose unos centímetros.

Xavier entrecerró los ojos, dejando después caer su cabeza contra la madera.

—Sí, Alexis, tienes una forma estupenda de chupar pollas.

¡Bastardo!

Y tuvo su recompensa cuando envolvió, sin aviso previo, todo lo que pudo del palpitante miembro, conduciéndolo hacia su garganta. Alexis casi vomitó. Casi. Pero el gemido lastimero de Xavier le hizo afianzar su posición e intentarlo de nuevo. Xavier le tiró del cabello y Alexis gruñó. Debió de ser algo bueno ahí abajo, porque la vibración hizo que Xavier se tensase y que todo su cuerpo temblase. Pero no era el momento de correrse. Aún no, al menos.

Hermosos imprevistosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant