9. LAS VERDADES AMARGAS

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La primera vez que Alexis tuvo que matar a alguien, algo murió dentro de él. Tiempo después se diría a sí mismo que aquello solo había sido parte de su deber como rastreador. Solo un obstáculo en su empinado camino hacia la meta. Habría que especificar, así mismo, que no se había tratado de cualquier muerte. No como aquellas inevitables donde Alexis se limitaba a defenderse de los enemigos, de aquellos que lo atacaban, no. Aquella vez fue todo premeditado. Una misión de rango S. Secreta e incalificable. Solo segar una vida vacía. Una vida inútil y retorcida.

Y Alexis así lo había hecho. Limpiamente. Sin mirar atrás por temor a lo que pudiera encontrar. Solo en sus sueños más profundos, sobre los cuales no tenía ningún control, se preguntaba a veces si tendrían familia. Padres, hijos o hermanos que los esperaran en casa. Tal vez una mujer, o quizás un marido.

En sus sueños más retorcidos, Alexis dejaba de ser rastreador. Quizás no de corazón, eso nunca, pero sí en voluntad. Su carácter y determinación le abandonaban para dejar paso al vacío. Tremendo y terrible vacío que lo absorbía sin pena ni gloria a un torbellino de oscuridad. A veces solo cerraba los ojos. Los apretaba fuertemente hasta que sus párpados dolían y de sus pestañas empezaban a caer pequeñas gotas. Gotas de dolor, se decía. Y así era. Dolor por aquellos que se iban. Dolor por la sangre que manchaba sus manos cada vez que traspasaba la puerta de Luna volviendo de una misión. Era un dolor lacerante, de esos que se instalaban en el pecho y no desaparecían con el tiempo. Solo se ahondaban, lentamente, avanzando hacia los costados y cada vez más difícil de ignorar.

Se preguntaba también si algún día se acostumbraría, y después rezaba para que ese día nunca llegara.

Los días pasaban raudos; el tiempo solo comparable al desarrollo de sus hijos, que veía crecer sin poder detener aquellos momentos que le llenaban de ternura. Su hija, de grandes ojos claro, miraba al mundo desde una carita sonrojada y redonda. Alexis le apretaba los mofletes solo por el gusto de verla mascullar incoherencias, inflar esos rosados cachetes y alzar los bracitos, con esa extravagancia que tanto gustaba a su otro padre. Chloe, ruidosa y alegre, de esos bebés que no dejan descansar a nadie. Su hijo, por otra parte, más risueño. Elena insistía en que eso cambiaría, que no se acostumbrase a aquella calma que hacía a su hijo mirar con sus ojos azules el mundo de forma serena y firme. Con aquel puchero que fruncía sus labios rojos y que le daban un aspecto de querubín moreno y de ojos brillantes. No es porque fueran sus hijos, se decía, solo es que eran adorables.

El diez de octubre llegó con una exhalación. No había misiones en su agenda, cada vez más reducida para el cuidado de sus hijos, pero sí que había salido de la casa para comprar todo lo necesario. Era evidente que el desencanto general aún reinaba en Luna. Le miraban, le juzgaban, pero Alexis había vivido con ello toda su vida y no era nada nuevo a aquellas alturas. Xavier solo gruñía cada vez que sacaba el tema.

—¡Estúpidos aldeanos! —gritaba enfurecido.

Tenía razón. Pero Alexis, en parte, lo comprendía. No era algo que compartiese, por supuesto. ¡Estaba hablando de sus hijos! Pero si aquella maldita aldea lo había culpado a él ya no de lo que hicieron sus padres, sino de haber resultado ser un beta dominante, algo que supuestamente no debía ser, ¿cómo no iban a mirar de mal modo a aquellos que, a pesar de representar un milagro, habían nacido de un alfa? Hombre, para más rareza. Era antinatural, decían algunos. Es una barbaridad, ¡aborrecible!, estaban de acuerdo casi todos. Pero ya nadie decía nada frente a él. Quizás tuviera algo que ver el que Alexis casi hubiera matado al último bastardo que se atrevió a llamar a Chloe monstruo mientras Alexis comía en un abarrotado restaurante.

El muy maldito tardó en recuperarse y poder salir del hospital casi cuatro semanas, pero para Alexis aquello fue un simple paseo por las nubes para lo que le hubiera sucedido de no haber intervenido entonces Noah, que casualmente estaba haciendo compañía al rubio.

Hermosos imprevistosWhere stories live. Discover now