15. LAS DECISIONES CRUELES

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El día siguiente, Alexis se fue de misión. Se despidió de sus hijos con sonoros besos y sonrisas que no llegaban a reflejarse en sus ojos. A Xavier todo lo que le esperaba en aquel rostro tenso y agotado era un seco asentimiento de cabeza, un mero reconocimiento a su presencia, diría. El rubio había cogido para entonces su pequeña mochila, aquella de la cual no se separaba cada vez que salía de la aldea, vestido con las ropas que camuflaban su figura entre la espesura del bosque. Estaba, no obstante, demasiado pálido y las ojeras bajo sus ojos eran espantosamente visibles.

Nunca una noche se le había antojado tan larga y mientras Xavier se revolcaba sin consuelo entre las sábanas, con la misma pregunta siempre perforando su mente, el sueño no había hecho sino eludirlo. ¿Por qué? ¿Por qué había llorado Alexis? E, igual de importante: ¿Qué pasaría ahora, cuando todo parecía haberse vuelto del revés? Las suposiciones, algo en lo que por lo general era bueno, se le escapaban y solo quedaba mirar la alta y delgada figura mientras recogía sus últimas bolsas antes de partir. Era solo un viaje, se decía a sí mismo, pero parecía mucho más que eso.

Alexis se iría, eso estaba tan claro como el agua del lago de Luna, solo quedaba preguntarse cuándo lo haría.




Para Alexis, en cambio, salir de la casa y alejarse de Xavier fue un soplo de aire fresco. Algo que se había convertido en una necesidad ineludible. Alexis se reunió con Itzal y Kai a las afueras de la aldea, allí donde el bosque comenzaba a clarear, cuando el sol se encontraba en su posición más alta. Su antiguo maestro se mostró extrañamente silencioso e Itzal... bueno, Itzal era Itzal, y había poco más que decir al respecto.

Ninguno, por suerte, preguntó por su maltrecho rostro o sus ojeras y Alexis lo agradeció en silencio. Solo había hecho falta un simple vistazo a su espejo para darse cuenta de las secuelas de una larga noche de insomnio después de un claro fracaso en la cama de Xavier. ¡Qué sucio se sentía!, era como si, de alguna manera, le hubiese forzado, apretándolo contra el colchón y adentrándose en su interior de un solo y doloroso golpe. Xavier se había mantenido en silencio, seguramente demasiado orgulloso como para pedirle que parase, pero aun así al final se había corrido. Estaba tan enfadado, herido y decepcionado con él que simplemente era inaguantable.

Había querido lastimarle, duro, pero no creía haberlo conseguido y mientras Xavier se había mantenido estoicamente silencioso, Alexis fue quien salió perdiendo finalmente. Quizás se sentía culpable. Aquel imbécil no vería la verdad ni aunque esta fuera anunciada ante sus narices con luces de neón. Alexis ya ni siquiera estaba seguro de qué sentir. ¿Irritación? ¿Enfado? ¿Dolor? Todo eso lo sentía, pero mezclado de tal forma que era imposible discernir cuál sensación era peor. Quizás la traición, tan punzante y constante en sus pensamientos. No se trataba ya de que Xavier le hubiese sido infiel, o que simplemente hubiese seguido con sus hábitos, como el muy bastardo lo había denominado, sino que, en medio de aquel ir y venir de causalidades y consecuencias, Xavier había roto, de forma irreparable, temía, su relación. ¿Cómo podría Alexis volver a mirarle a la cara sin sentir deseos de arrancarle la piel a tiras? Porque ese fue precisamente el primer pensamiento que cruzó por su mente al verle la noche anterior. También el deseo, ese maldito deseo que nunca pareciera abandonarle.

Ojalá se quedase impotente. Sería un punto a favor de la población femenina de Luna y, definitivamente, para él; pero ya que aquello, por causas mayores, estaba lejos de convertirse en un hecho, solo le quedaba rezar a quien hiciese falta para que a aquel bastardo le saliese algún doloroso y largo sarpullido en sus partes menos nobles. Sí, aquello sería un justo castigo.

La misión, por otra parte, se presentó tediosa. Los días pasaron lentos en medio de horas y horas de vigilancia entre los altos y helados árboles de hojas perennes. A Alexis, por si fuera poco, le había mordido una jodida serpiente de esas que tanto le gustaban al bastardo y Kai había tenido que poner sus labios en una zona demasiado cerca de su trasero para poder sacar el veneno. Por suerte, Itzal se encontraba en pleno reconocimiento de territorio, por lo que no había sido testigo de tan ridícula y vergonzosa escena. Ni siquiera pudo mirar a Kai hasta horas después de lo sucedido.

Hermosos imprevistosWhere stories live. Discover now