Capítulo 17

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S04C17:
UN NUEVO DÍA

***

Luego del gran banquete, cada uno se dirigió a su respectivo hogar. Aunque algo doloridos por las recientes declaraciones de Joe. ¿De verdad no había posibilidades de que esto terminara? ¿Finalmente tendríamos que aprender a vivir de este modo el resto de nuestras vidas? ¿Jamás volvería el mundo a ser lo que fue? ¿Jamás volveríamos a la normalidad? Ja, si algo así fuera posible.

Sin dudas, cada uno de nosotros tenía un desorden en la cabeza. Teníamos mucho en qué pensar. Había preguntas que quizás jamás podrían ser respondidas. Y eso, tal vez, se debe en parte a este gran enigma al que nos gusta llamar vida.

***

Me desperté pronto por la mañana. Aún no había amanecido. Entonces, aproveché para tomarme una ducha, cepillarme los dientes y bajar para recorrer la Metrópolis, quería conocerla un poco más. Y cuando me dirigí hacia la puerta oí una voz ronca detrás de mí.

— ¿Está todo bien? —era Tyler, que estaba sentado en el sofá con una manta.

Tenía el cabello alborotado, y se había dejado la barba. Estaba de torso desnudo, y podía notar que tenía un tatuaje, aunque no pude verlo con claridad. Sin dudas Tyler tenía un físico que cualquiera envidiaría.

— Sí, —respondí —es sólo que quería bajar a recorrer el lugar, ya sabes...

— Abrígate, hace frío afuera.

Asentí.

— Toma, —me dijo mientras se dirigía en calzoncillos hacia el clóset —me encargué de limpiarla por ti. Sabes, la sangre podrida no es tan fácil de quitar...

Era mi chaqueta color café, aquella que tenía puesta el día que desperté en este Nuevo Mundo.

— Gracias, Tyler, de verdad.

— No tienes porqué agradecerme Tom, somos familia. Te quiero, ¿lo sabes, verdad? Ten cuidado fuera...

— Te quiero también, hermano.

Miré su gran sonrisa. Tenía los ojos llorosos, pero no lo noté en aquél momento pese a la luz tenue. Me di cuenta de ello, cuando ya era tarde. Muy tarde.

***

El sol comenzaba a iluminar el cielo. Caminaba a un lado del asfalto. No había nadie aún. Metí mis manos en los bolsillos:

— ¡Mierda! —quité mi mano rápidamente, brotaba sangre de mi pulgar. Entonces, lo vi.

Ahí estaba. Permanecía allí. Todo este tiempo, lo había olvidado por completo. Me había cortado con un trozo de cristal del reloj de bolsillo. Aquél que Francis me había obsequiado la última vez que lo vi. La última vez que lo vería. Y de repente me quebré, no pude evitarlo. Me sentía inútil, impotente, vacío. Jamás volvería a verle, a él, a mi padre, a mi familia. Cuesta aceptarlo, duele. Pero así era y lo merecía. Pues, no supe aprovechar el tiempo y me di cuenta cuando ya era tarde y no podía volver para remediar las cosas. ¿Cómo pude haber sido tan imbécil? ¿Cómo dejé escapar el tiempo? Todo este tiempo en que había fingido no tener familia, cuando en realidad sí la tenía. Y es triste que seamos así, no somos conscientes de lo que tenemos hasta que lo perdemos.

E inverso en ira, lo arrojé el reloj de bolsillo contra el pavimento.

Estalló. Los trozos volaron. Cada pieza se había separado. El reloj ya no existía. Y cuando finalmente reaccioné, me sentí un imbécil. Había destruido lo único que tenía de Francis. Ya no tenía nada de él, ya nada me unía. Miré cada una de las partes con la vista nublada. Sorprendido. Me tiré al piso. Me agarré la cabeza. Lloré, grité. Pero sabía que era inútil. Y ahí me quedé, en el suelo, mirando lo que quedaba de él.

El Diario de Thomas J. (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora