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Nunca he sentido tanto miedo como en este preciso momento. Ni siquiera aquel día en el incendio, cuando creí que iba a morir. Ese tipo de miedo sé que puedo soportarlo. Pero el que siento ahora mismo me está consumiendo. Lo siento reptar por mi garganta y adherirse a mis pulmones. También lo noto por mis brazos y piernas, estrangulándolos. Es como si tuviese vida por sí solo.

Harry no deja de mirarme durante todo el trayecto. No sé si es porque está preocupado por mí, o porque teme por su vida; al fin y al cabo, estoy conduciendo casi al doble de la velocidad permitida. Sin embargo, en este momento, no puedo permitirme perder tiempo en respetar los valores cívicos. Cada minuto que pasa, es una posibilidad menos de evitar que Paige cometa alguna locura.

Detengo el coche frente a la puerta de su edificio, sin preocuparme de si está bien aparcado o no. Quito las llaves del contacto y salgo rápidamente al exterior para dirigirme corriendo hacia la entrada. Harry me sigue en silencio. Me acerco a la mesa del conserje, que se ha quedado dormido en la silla. Doy un golpe en la superficie del mostrador y éste abre los ojos de golpe.

—Pero, ¿qué...? —murmura. Se detiene cuando posa la mirada en mí—. ¿Se puede saber qué sucede?

—Necesito entrar —respondo, señalando a la puerta cerrada que da al segundo recibidor.

—Son las dos y media de la mañana. No es hora para visitas.

Doy un segundo golpe, esta vez más fuerte. Harry me lanza una mirada, pero lo ignoro. Estoy comenzando a perder los nervios.

—Le he dicho que necesito entrar.

El escuálido hombre me mira con desaprobación por encima de sus gafas redondas. Cuando comienzo a temer que no me permita entrar, se levanta de su silla con un gruñido y se dirige a la puerta, sacando de su bolsillo un enorme manojo de llaves. Espero a que haga su trabajo con los brazos en jarra, subiendo y bajando el pecho con rapidez. Harry me coloca una mano sobre mi hombro en un intento de calmarme, pero no lo consigue.

—¿Están el señor y la señora Crawford en casa? —pregunto. El conserje niega con la cabeza.

—Salieron sobre las diez de la noche y aún no han vuelto.

Me rasco la frente en un gesto nervioso, mientras mi campo de visión comienza a volverse borroso por las lágrimas.

Si los padres de Paige no están en casa, eso significa que mi amiga ha tenido suficiente tiempo para hacer lo que se le antoje.

—Tranquila, Allison —me susurra Harry—. Estará bien. Ya lo verás.

Intento creerle. Sin embargo, no puedo evitar que mi mente se convierta en un completo cúmulo de pesamientos negativos.

Cuando el conserje hace girar la llave y la cerradura emite un chasquido, me abalanzo hacia la puerta y la abro de un empujón. Ignoro la expresión de sorpresa del anciano y entro en el segundo vestíbulo . Subo las escaleras corriendo, y aunque Harry me pide que le espere, no me detengo hasta llegar a la quinta y última planta. Con el corazón desbocado y los pulmones doloridos, palpo la pared hasta encontrar el interruptor de la luz y pulso el botón, provocando que las luces se enciendan y un pequeño rellano se manifieste ante mis ojos. Me dirijo a la puerta más cercana y llamo varias veces al timbre. Sin embargo, nadie responde. Me giro hacia Harry, que está terminando de subir los tres últimos escalones, agotado.

—No contesta —le digo, con voz temblorosa. Él se queda mirándome durante varios segundos antes de acercarse a mí y apartarme con suavidad. Entonces, comienza a aporrear la puerta con fuerza.

—¡Paige! —exclama—. ¡Paige! ¡Paige, abre!

Escucho los ladridos de un perro en la puerta de al lado y Harry deja de llamar. Nos quedamos quietos, observando la puerta que se encuentra frente a nosotros, hasta que el silencio vuelve a reinar en la planta. Frunzo los labios y clavo la mirada en mis botas llenas de nieve y barro, sintiendo cómo lás lágrimas vuelven a aparecer.

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