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Cuando volvemos a casa, aún tengo el miedo metido en el cuerpo. Siempre he pensado que Harry era un auténtico imbécil, pero no había imaginado que tuviera esa parte tan oscura.

He decidido hacerle caso y no contar nada de lo sucedido cuando mi madre y mi hermano me han preguntado a qué se debía mi expresión descompuesta. Ni siquiera se lo he contado a Paige, que ha estado insistiendo en que me ocurría algo durante un rato que se me ha hecho eterno.

Suelto un suspiro de alivio cuando inhalo el característico olor a albahaca y ropa limpia de nuestra casa y me dirijo directamente a la planta de arriba. Mis pasos suenan lentos y cansados cada vez que chocan con la madera de los escalones, y, cuando llego al descansillo, siento como si hubiese realizado un esfuerzo inhumano.

Entro en mi habitación y cierro la puerta tras mí, apoyando la espalda sobre ella durante unos segundos. Me impulso ligeramente y me dirijo al armario mientras me deshago de mi camiseta de gimnasia y la dejo sobre el respaldo de la silla del escritorio. Deslizo mis vaqueros por las piernas, los saco trabajosamente por mis tobillos y los dejo junto a la camiseta. Me coloco el pijama, que está doblado bajo la almohada, y me quedo sentada sobre el colchón. Durante varios segundos, permanezco con la vista clavada en mis pies, absorta en mis pensamientos, hasta que unos golpes en la puerta me devuelven a la realidad.

Veo el cabello oscuro de mi madre asomar a través de la rendija abierta y noto cómo su caro perfume llega hasta mis fosas nasales.

—Cariño, ¿qué te apetece cenar? —me pregunta.

—No tengo hambre —contesto, incorporándome y dirigiéndome hacia ella, pasando por su lado para ir al baño. Me sigue.

—Tienes que comer algo. —No contesto. Hecho un poco de pasta de dientes sobre mi cepillo mientras mi madre suspira—. ¿Estás bien, Allison?

—Estoy cansada —consigo decir, con la boca llena de dentífrico.

Escupo y abro el grifo para enjuagarme. Ella se encoge de hombros, resignada.

—Como quieras.

Cuando vuelvo a mi habitación, una fría brisa provoca que mi piel se erice. Me froto ambos brazos con las manos para entrar en calor y me acerco a la ventana, que está abierta. Ni siquiera me había dado cuenta. Cierro una de las hojas cuando un foco de luz me deslumbra por un instante. Parpadeo varias veces, divisando pequeños puntos de colores en mi campo de visión, y miro hacia la calle.

Veo a Harry apagar el motor de su Harley y bajarse de ésta. No puedo evitar sentir un nuevo escalofrío, pero esta vez no se debe al frío. Lo observo agarrar con fuerza la cintura de la chica rubia que intenta bajarse del vehículo y pega su cuerpo al suyo. La reconozco, es la misma que pasó a nuestro lado esta mañana.

Alzo las cejas en una expresión divertida cuando la arrincona contra el muro de su jardín y la besa. Miro hacia la casa; las luces están apagadas, por lo que no debe de haber nadie en ella. Si no, dudo que Harry trajese a alguien.

Cuando termina el intercambio de saliva, éste tira de la mano de la rubia y la dirige hacia la puerta. Por la forma de caminar de Harry, no es difícil averiguar que debe de tener más alcohol que sangre circulando por sus venas, y me pregunto si la chica estará igual de ebria que él.

Entonces, gira la cabeza y dirige la mirada hacia donde me encuentro. El corazón se me acelera y, por un momento, temo que me haya descubierto observándolo, a pesar de que la luz de mi habitación permanece apagada. Sin embargo, cuando empuja la puerta y entra en la casa junto a la rubia, sé que sus ojos no han visto más allá de la oscuridad de la noche.

Sacudo la cabeza y corro las cortinas. Me vuelvo hacia mi cama y me dejo caer en ella, cubriendo mi cuerpo con las sábanas. Cierro los ojos e intento dormirme, deseando que la rubia le haga olvidar todo lo sucedido esta mañana.

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