UNA PRINCESA VESTIDA DE NEGRO

EN LA PENUMBRA

Estoy soñando, pensé, esto no puede ser real, la negra cueva apenas se iluminaba en la entrada por la luna. En cualquier momento voy a despertar, estuve a punto de pellizcarme cuando ella me preguntó.

- ¿cómo saldremos de aquí? Falta mucho para que amanezca, estoy segura que ese animal volverá, esperará a que salgamos, nunca se olvidan de una presa.

- No te preocupes, conozco el lugar. Esta gruta tiene una salida a 2 kilómetros de aquí, tenemos que hacer fuego y una antorcha para iluminar esta oscuridad.

- No tenemos nada

- Rompe un pedazo de tu vestido, esta rama servirá. Con estas dos piedras y un poco de hierba haremos fuego.

Con gran esfuerzo logré encender una chispa que pronto prendió la hojarasca. Sin embargo, la antorcha no duraría mucho.

- tenemos que darnos prisa si queremos llegar al otro extremo. Ven

La tomé de la mano e iniciamos el trayecto. Algunos murciélagos en el techo de la cueva salían volando y chillando con la luz de la improvisada candela,

No había tiempo, si la llama se apagaba no podríamos regresar ni caminar más que a tientas en un áspero y rocoso tramo que sin duda representaría riesgos muy fuertes, casi suicidas. Con luz nos arriesgábamos, sin ella seguro no podríamos salir. Caminamos por espacio de 15 minutos, con angustia observábamos como la flama iba disminuyendo. No parecíamos estar cerca de la salida, ni un leve viento o una luz que nos diera una esperanza. Cada vez menos llama. Calculaba que nos faltarían acaso unos 500 metros para encontrar el lugar que nos permitiría estar del otro lado. Intenté acelerar el paso, ella se colgaba literalmente de mi brazo.

Entonces tropezó. Mis manos no pudieron detenerla. Solté la rama que nos iluminaba. Se apagó. Estábamos completamente a oscuras. A tientas la abrace a mi pecho.

- ¿estás bien?

Una pregunta estúpida. No estaba bien, no estábamos bien. No alcanzábamos a percibir nada a un centímetro de nuestra nariz.