EN EL POLVO DE MIS HUESOS

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Si de niño alguien me hubiera contado esta historia, sin duda lo escucharía embelesado. Un joven que cree en el amor eterno y que hace hasta lo imposible por su amada. Condenarse por amar. El verbo en todas sus conjugaciones. Sin embargo no era un niño. Y el protagonista era yo. Esa palabra lo resumía todo: Protagonista. "El que sufre la agonía".

Eso me colocaba frente a un plazo, estaba ya en un laberinto que solo tenía una salida. Para mí consuelo todos estamos ahí dentro. La diferencia solo estriba en la conciencia.

Cuando salimos de ahí, me pude dar cuenta que todo era distinto. Que la realidad cobraba un sentido diferente. La miré. El fleco cruzaba su frente. Su estatura era pequeña. Apenas llegaba a mi hombro. Su rostro redondo y en sus labios una sonrisa.

En ella se resumían los inmemoriales tiempos de este mundo. Todos los lugares a los que deseaba ir estaban en su cuerpo. Podía adivinar en ella las constelaciones más lejanas. El milimétrico universo que existía en un poro de su piel. Así era la forma en que mis sentidos se habían agudizado.

Se sentó en el borde de una fuente en cuyo centro había una pareja de coyotes cercados por enormes chorros de agua que brotaban sin cesar. Una media luna con estrellas en su entorno pintada en una lámina cuadrada, donde iniciaba la plataforma que sostenía a la mitad la base rodeada del líquido. Sonrió. Tan pequeña, tan frágil, tan sencilla. Esa era Sara.

Me di la media vuelta dejándola ahí y empecé a caminar entre la gente. No me despedí. Como si escapara de ella. Me perdió de vista. No me siguió. Con las manos en los bolsillos me volví uno más entre esa multitud. Somos anónimos hasta que cobramos significado para alguien. Nadie presta atención a ese o a esa que transita entre el conglomerado humano que se mueve en una ciudad. La tarde estaba pues repleta de extraños. Una horda de distintos que se pierden entre calles.

Cuando llegué a mi casa me encerré en mi habitación. Escribí algo parecido a un poema, entonces sonó el móvil.

- ¿Tienes miedo? –Me dijo su vocecita aguda.

- No –respondí escueto

- Te fuiste sin despedirte

- ¿Acaso nos despediremos un día? Eso ya no es posible entre nosotros.

- Esperaba que me dijeras adiós al menos.

- Tenía que pensar. Solo era eso.

- ¿Cuándo nos volveremos a ver?

- El próximo domingo o quizá en la semana pasé una tarde a verte.

- No te desaparezcas por favor. No me sueltes. Yo si tengo miedo. Mucho miedo

- No digas eso. No tengo a donde ir. En cualquier sitio nos volveríamos a encontrar, ese destino es inevitable. Yo lo pedí hace siglos.

- ¿Y lo quieres ahora?

- Estoy aún procesando el significado de amarte. Te escribí algo. Te lo daré la próxima vez que te vea.

- Te amo.

No respondí. Terminé la llamada. En mis manos descansaba la hoja escrita. La leí. He aquí el poema que había escrito para Sara.

"No estabas ausente.

Era solo el pesado y largo camino

Que giraba en torno a nuestras vidas.

Anduviste y yo también anduve,

para coincidir nuevamente en nuestros labios.

Aquí en mis manos guarde la medida de tus senos,

y en mi oído el sonido agitado de tu respiración cuando te entregabas.

No estabas lejos en la distancia que nos separaba.

Podía medirla por calles, por pasos, por kilómetros,

pero invariablemente me inclinaba por el recuerdo...

el sitio donde te encontraba siempre.

Vamos a armar otra vez el aroma de la pasión,

el ambiente de locura de esas tardes de septiembre,

la inconsciencia irrefrenable de la piel a los diecinueve,

vamos a acortar la distancia entre tu voz y mi voz,

a susurrarle a la noche

la razón de nuestra ausencia involuntaria

de su manto y de su magia...

vamos a justificar el hallazgo repentino

de nuestras miradas.

Después de todo

yo soy un antiguo visitante de tu sexo,

mis manos saben deletrear tu espalda

para leer tus instintos más profundos,

tu boca conoce el lugar de mis anhelos

y juntos hemos caminado sobre el fuego

sin más protección que nuestra piel.

Por eso levanto de nuevo la ilusión,

para omitir mis años perdidos

entre el desconcierto de tu ausencia,

para regresar el tren del tiempo

en la espiral incierta de nuestro destino,

para cobijarme de nuevo

con el cálido aroma de tu cuerpo...

para levantar piedra tras piedra

el lugar en que habitamos.

No estabas ausente, nunca me faltaste,

¿Quién puede arrancarse la memoria sin morir?

Nadie estará jamás en el terreno de mi cuerpo

con el mismo dolor con el que me habitaste,

nadie nunca borrará la huella que marcaste

en la tierra de mi alma con el peso de tu alma,

así pasaran mil años, seguirás en el polvo de mis huesos.

UNA PRINCESA VESTIDA DE NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora