EN LA MESA CONTIGUA

1.2K 5 0
                                    


- Ahora eres mío para toda la eternidad.
Su voz era un sensual susurro. Un canto de sirenas llamando a Odiseo. Mi cuerpo flotando y sus labios consumiendo no mi cuerpo... mi alma.
- Eternamente. Lo que dure el universo, mientras un minuto exista en el tiempo. Siempre me encontrarás o te encontraré. Con mi nombre o con otro. Porque invariablemente tu sangre me pertenece.

Me abandoné completamente a ese remolino de sensaciones. Hay en el dolor un profundo placer. Sentí en mi cuello el punzar de dos colmillos. Lo comprendí de pronto: he aquí la maldición de lo no sepultos... la inmortalidad.
Me miré caminando desnudo por la antigua Alejandría, por el esplendor de Egipto, en el ágora de Atenas, entre las empedradas calles de Pompeya, la bizarra Constantinopla, Una vieja y enmarañada aldea en un reino francés. Desperté sobresaltado, mi cuerpo sudaba copiosamente.
Estaba amaneciendo. Restregué mis párpados para alejar la última imagen de ese sueño. Maldito o bendecido. Aun no acababa de entenderlo.
Lo primero que hice fue enviarle un mensaje a Sara.
"lamento no poder estar mañana, estoy viajando a Morelia. Seguramente regresaré el domingo por la noche, te pido que me disculpes, esto fue un imprevisto"
Los paisajes se deslizaban por la ventana del auto. Mi madre manejaba y yo sumido en el silencio pensaba en el absurdo sentimiento que me embargaba. ¿qué podía necesitar de ella? ¿Mi necesidad de protegerla había creado ese cariño tan profundo que empezaba a ser un fuerte apego? ¿Quizá sus besos que prometían una entrega anhelada? ¿Cuál es el sitio para encontrarse con esa persona que te sacudirá y te hará creer que es posible lo imposible?
La carretera bordeaba un enorme lago, algunas gaviotas surcaban el cielo en un viaje al mar que se antojaba muy lejano aún. Tan lejano como yo de ella.
De pronto la respuesta vibró en mi celular.
"tú te lo pierdes"
Escueto, seco. Sin mayores argumentos. Como si no le importara en absoluto. No respondí. Ninguna cosa que dijera cambiaría nada.
Al medio día estábamos en Morelia. Rentamos una habitación en un hotel en la plaza de la ciudad. Las dos enormes torres de su catedral se miraban por la ventana. Desempacamos y bajamos al portal a comer algo. Aún faltaban unas cuantas horas para la misa y la fiesta. Teníamos frente a nosotros una excelente vista.
De pronto la advertí, en la mesa contigua estaba sentada Daniela. Junto a ella la acompañaban sus padres, o al menos eso parecían. Una coincidencia inesperada.

UNA PRINCESA VESTIDA DE NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora