CARA A CARA CON EL DRAGÓN

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La sentía indefensa, débil, desprotegida. ¿Debía ser su confesor? ¿Esa era la razón por la que me había pedido compartir esa tarde? No era agradable. La solté. Nunca me sentí atraído al dolor. No sabía la causa de su pena. Pero no tuve ganas de que me ocupara como paño de lagrimas.    

Estar sin estar, así pasaron los minutos con ella. ¿Era yo o Daniela quien tenía la mente ocupada en otra cosa? Quizá ambos. Eso hacía que la convivencia entre nosotros se limitara a una fallida presencia de bulto. Como dos maniquíes que adornan un aparador intentando dar la apariencia de compañía.

Grandes espacios sin una sola palabra. La comida fue en realidad una intrascendente manera de pasar el tiempo. Y es que cuando dos personas no tienen de que hablar es inútil todo intento. ¿Acaso sus problemas existenciales? ¿tal vez el hecho de que esa tarde extrañaba la presencia de Sara. No lo sé, el caso es que yo no quise incomodarla más preguntándole  por lo que la tenía sumida en ese espasmo de tristeza.

Cuando terminamos simplemente nos dirigimos cada quien a sus respectivos destinos. Con un parco:

-Hasta mañana.

La vi perderse entre la muchedumbre. Respiré aliviado. Como quien suelta un fardo pesado y se libera. 

No sabía si realmente me interesaría mañana por ocupar el tiempo en su melancolía que me aburría. Pero al llegar a casa eso era algo que en realidad no tenía importancia. Aun no estaban de vuelta mi madre y ella. Subí a mi cuarto y abrí el libro donde lo había dejado. 

Continué leyendo. 

Tomás, enfrascado en la inercia de buscarse en otras mujeres. Su interminable apetito por la infidelidad. Pensé en el tiempo en que dos personas comparten la vida. En el deseo absurdo de poseer. El juego del amor. Una quimera que casi siempre acaba destruyéndonos y que sin embargo nos hace tan felices. Cerré el libro. Mis ojos igual se cerraban. Finalmente, el sueño me venció.

Volví al sueño. Como un rompecabezas que no lograba armar. Las piezas diseminadas sin conexión.  

Me miré cabalgando en el largo camino que llevaba a mi aldea. Sumido en el pozo de mis pensamientos.

- Ella no puede ser mala. Las palabras de esa bruja no tienen razón. –la idea me rebotaba una y otra vez mientras me acercaba hacia mi casa. En el cielo un gran manto de estrellas se desplegaba.

Estaba a punto de llegar. Justo en el puente del río, cuando escuche el terrible aleteo del dragón. 

Sobre mi cabeza su silueta se extendía amenazadora. 

Azucé con fuerza al caballo. No tenía manera de escapar. Su gruñido ensordecedor tras de mí. Y de repente rodé por el suelo junto con el animal. Estaba a merced de la bestia.

La distancia entre ella y yo era solo la justa para destrozarme.

UNA PRINCESA VESTIDA DE NEGROWhere stories live. Discover now