SOMOS

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Así el tiempo. Mis ansias de saltar de una hora a otra, de querer estar donde no podía estar. De fluir con los minutos, de escuchar sin oir nada en realidad.  La acompañé en el crepúsculo que empezaba a dibujar el cielo de un color rojizo. Y el pequeño resumen era tan corto:
reímos, comimos y bajamos de nuevo a la ciudad.
No hay recuerdos donde no quieres construirlos. Me dolía. Por la noche, los negros cuervos del insomnio me ahuyentaron el sueño. Hasta que  escuché que la mañana despertaba con sus ruidos habituales. Preparé mi cuerpo para encontrarla. Mi mente era un desconcierto que no encontraba acomodo.
Llegué con mucho tiempo de anticipación. La plaza estaba repleta de gente. Me paré en la entrada de la iglesia. Estorbaba el acceso, o la salida. Así que decidí entrar. Mi vista recorrió el lugar. Estaba por iniciar la misa. Busqué un lugar. Faltaba casi una hora para la cita. Me senté y me dispuse a dejar que llegara el momento para salir a verla. El sacerdote dio comienzo a la liturgia. El rito sacro de beber la sangre de Cristo. Vampiros pensé. Vienen a comer y beber de él... el crucificado, el resucitado. Vida eterna. Todos aquellos feligreses refugiados en la idea de la vida eterna. Debe tener alguna fascinación la idea del paraíso ya que reúne a tanta gente.  Comulgaron en largas filas. Esa imagen me recordó una doliente procesión de gentes  entrando a la ciudad de Babilonia. Atravesando la puerta azul de Ishtar. Los rituales de sangre. Todo es  adaptable. Cada ceremonia es según el signo de los tiempos. He aquí a los que condenarían a otros. Los fariseos que no dudarían en matar a un inocente. Se dieron la mano en señal de una paz momentánea e hipócrita. Se perdonaron unos a otros. Y al final salieron en un suave bullicio. Como quien respira aliviado de cumplir con una obligación.
Afuera estaba Sara ya. La miré de espaldas. No me advirtió. Caminaba impaciente de un lado a otro... Toqué su hombro. Sorprendida me abrazó efusivamente. Entre esa multitud de extraños nos besamos.
- Me faltaste. Te extrañé -Dijo con ansia- ¿Y tú?
- ¿Cómo negar lo innegable?
- Sebastián... tienes tanto que saber de mí.
- Solo aspiro a la verdad. Quiero entender de una vez por todas por qué apareciste en mi vida.
- ¿Entender? ¿No te basta con sentir?
Me detuve en el remolino de sus pupilas y entonces el tiempo se volvió una ola que me avasalló de recuerdos. Una procesión de imágenes que terminaron de confundirme. Mi cuerpo flotando en el espacio infinito. Sus labios en mi cuello. Mi sangre en las muñecas. Un abismo frente a mí.
- ¡Eres tú! ¡Soy yo!
- Somos... En cualquier tiempo y en cualquier lugar. Siempre te voy a encontrar.
Ahí. En medio una infinidad de extraños, en una ciudad cualquiera, En un tiempo que llamamos presente la había encontrado de nuevo.
Ishtar.

UNA PRINCESA VESTIDA DE NEGRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora