Capítulo Quinto (narrado por Luisa)

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No sé si fue a causa de mi discapacidad,inteligencia (no es que no sea modesta, pero toda mi vida me han dicho que soy muy inteligente), de mi amor a la lectura o a la música lenta, de mi trabajo,o de mi familia; pero yo nunca había sido feliz. Era una de esas chicas que no tenía muchos amigos, que no salía los viernes y sábados por la noche a causa de ello, que estudiaba, leía y escuchaba música por mucho tiempo. A eso hay que sumarle el hecho de mi discapacidad: en vez de tener dos manos y dos pies, como todo el mundo tenía, alguien (o algo) había decidido que yo tendría una mano (la derecha, para ser específicos) y dos pies (por suerte, sino me hubiesen tratado peor de lo que ya me trataban).

Pero no sólo mis compañeros de clase me trataban mal, sino toda mi familia.

Bah, no me trataban mal, pero, ¿cómo decirlo? Simplemente estaban ausentes. Todos excepto Carlos, mi hermano menor, de ocho años, al que yo cuidaba.

Yo tenía cuatro hermanos, TODOS hombres y más grandes que yo, excepto Carlos, ya mencionado.
Dan, el mayor de nosotros cinco, tenía dieciocho años recién cumplidos en ese entonces. De los cuatro, era el que más me decepcionaba, porque tenía fama de "Don Juan", o, en otras palabras, mujeriego.
Era tan mujeriego que había salido una vez EN LOS DIARIOS, con dos chicas semi desnudas en un auto, a la vuelta de una fiesta. La foto había causado furor en Aracia, y me había concedido una semana de fama en el colegio.

Mis otros dos hermanos, Roberto y Felipe, no eran unos santos tampoco, habían jugado dos o tres veces a dos puntas con alguna chica, pero no tenían la reputación que tenía Dan.
Y, en cuanto a Carlos, él era un ángel.
Yo tenía catorce años, y el treinta y uno de octubre con cumpliría mis quince años.

Mi madre, que jamás estaba en casa debido a su trabajo, se empeñaba en que yo hiciese una fiesta para celebrarlos, pero ¿a quién invitaría? No tenía a nadie a quien invitar.
Bah, antes me ocurría eso, pero en ese entonces no sabía lo que iba a continuación

Pues no nos adelantemos.
Como os contaba, yo vivía (y vivo) en Aracia, una ciudad bastante pequeña,que, en términos geográficos, está "en vías de desarrollo". Pero, en mis términos, es una mierda.

Bueno, os contaba que mis compañeros de clase me trataban mal. No era que me tratasen TAN mal, pero me ignoraban. Completamente. 

Al principio eso me me importaba mucho, lloraba todas las noches antes de dormir, pero luego logré  refugiarme en el mundo de las canciones de Sean Caparella.
Sean Caparella era (y sigue siendo) mi cantante favorito.
Sus canciones eran lentas, todas baladas preciosas y tristísimas. Pero eran con las que más me identificaba, por mi estado de ánimo.
Por lo tanto, cada vez que me ignoraban o me respondían de mala manera (que no ocurría muy a menudo), tomaba mis auriculares y escuchaba música con mi MP4.
Antes de poner a prueba mi técnica de ignorar a todo el mundo, cada vez que algún compañero, hombre o mujer, me ignoraba, me ponía a llorar y me sentía horrible.

Pero, como ya dije, un buen día me dije: "Me vale verga lo que pienses de mí" y comencé a aislarme en mi pequeño mundo.
Pero no sabía que toda mi vida podría cambiar tan rápidamente.

Ese es el lunes lluvioso quedará grabado en mi memoria el fin de mis días, porque fue el primer día donde mi vida comenzó a cambiar.
Me desperté a las seis de la mañana, como de costumbre, puesto que las clases comenzarán comenzaban a las siete y cuarto; bajé la persiana de la ventana que estaba al lado de mi cama para que los vecinos no me vieran mientras me cambiaba.
Me dirigí al cuarto de baño y me lavé la cara. Luego me miré al espejo, cogí mi peine y me hice el peinado que siempre me hacía: dos trenzas, una a cada lado de mi cabeza. Hice mis necesidades, volví a mi cuarto y finalmente me vestí.
mi vestimenta para ir al colegio jamás variaba: siempre llevaba una remera blanca, una campera gris que tenía inscrito en el pecho "París 1789" y unos vaqueros negros. De zapatos me ponía unas zapatillas de deporte y ya daba por sentado que estaba lista. Como habrán deducido, no tenía mucha ropa en mi armario.
Fui a despertar a Carlos, que para mi sorpresa ya estaba despierto y sentado en su cama.
-¿Así que hoy nos hemos despertado solos?-le dije a modo de saludo y lo abracé cariñosamente.
Carlos me devolvió el abrazo y me confesó:
-Es que quiero crecer, ¿sabes? ¡Y qué mejor manera de crecer que despertarse solo!
Me reí. Siempre tenía esas frases que me hacían reír. Lo destapé y le ayudé a vestirse.
Mientras él preparaba su mochila, yo me dispuse a preparar el desayuno, que consistiría en un bol de cereales mojados en leche para cada uno.
Desayunamos en silencio, nos lavamos los dientes, nos abrigamos y salimos.

Afuera nevaba. Aracia formaba parte de las ciudades que tenían climas extremos: cuando hacía calor, HACÍA CALOR. Y lo mismo pasaba cuando hacía frío.
Por lo tanto, ya me estaba congelando hasta el culete.
Finalmente llegamos al colegio, Carlos salió corriendo a la parte de primaria. Yo, por mi parte, me dirigí a la sección secundaria, donde ya podía observar a mis compañeros charlar sobre sus vacaciones de Navidad.
Para mi sorpresa, cuando crucé la puerta del instituto, todos mis compañeros se dieron vuelta y se quedaron mirándome, en vez de ignorarme, como siempre hacían.
Seguía sintiendo son miradas hasta cuando entramos en la clase. ¿Por qué me observaban tanto? ¿Acaso me había crecido un grano enorme en el medio de la cara del cual yo aún no me había apercibido?
Para no sentirme tan observada e incómoda, me puse los auriculares, me dispuse a escuchar "Where are you" de Sean Caparella; que en ese momento era mi canción favorita.
El profesor de matemáticas llegó tarde, como muchas veces ocurría, y nos largó una perorata de que debíamos sentarnos en diferentes lugares para poder concentrarnos más, puesto que íbamos a empezar un nuevo tema muy difícil.
Yo me sentaba sola, por lo que pensé que me iba a quedar en el mismo lugar de siempre; es decir, al fondo de la fila de más a la derecha.
Pero aquel era el lunes de las sorpresas se ve, porque me cambiaron de lugar.
Me hicieron sentarme al lado de una chica de piel oscura, cabello totalmente rapado y que iba vestida toda de negro. Cuando me disponía a poner mis útiles en mi nuevo lugar, la chica, con una sonrisa de oreja a oreja, se presentó, aprovechando el barullo que había en la clase:
-Hola, mi nombre es Marina, ¿el tuyo?
-Yo...soy Luisa. ¿Un gusto?- balbuceé, muy confundida y sorprendida de que me hubiese dirigido la palabra. ¿Qué le pasaba a todo el mundo últimamente? ¿Por qué todos se comportaban de aquella manera tan extraña?

Marina se rió.
-Pues sí, supongo que es un gusto conocerte. He oído hablar de ti, ¿sabes?

¿De mí? ¿Qué le habrían dicho? "Es una rubia estúpida, no sabe nada, se pasa el día estudiando." Seguramente eso le habían dicho.
-¿Qué sabes de mí?- me animé a preguntar, cuando ya había terminado de organizar mis cosas.
La clase seguía armando un escándalo impresionante, pero el profesor Gonzáles no se daba cuenta de ello.
Marina, sin embargo, hablaba en voz baja, como si alguien pudiese escucharnos:
-Sé muchas cosas de ti. Pero me temo que no todas las que me gustaría saber...
-¿A qué te refieres?
-Oh,Luisa, te sorprendería saber un montón de cosas sobre tu existencia que aún no sabes, pero para averiguarlas debes luchar.

¿Luchar? Esa chica era una psicópata. ¿Cómo se suponía que iba a luchar si apenas nos conocíamos? Además, ¿qué sabría ella de mí que yo no sabía ya?

Esa chica me caía fatal.

Pero en ese entonces yo no sabía lo extraña que iba a resultar el resto de mi vida.

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