Capítulo Vigésimo Noveno (narrado por Luisa)

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Había pasado todas las pruebas. Con mucho miedo y petrificada por las imágenes que me mostraba el Jefe, pero había respondido a las preguntas correctamente.

«Excelente, ahora puedes irte» me había dicho antes de decirme que podía largarme.

Estaba furiosa con Val. ¿Por qué diablos nunca me había contado que había sido víctima de un ataque? ¿Acaso estaba tan orgulloso de ello que no quería que nadie se enterase? O, peor aún, ¿acaso estaba tan orgulloso que no podía articular palabra sobre el asunto? Qué imbécil. Y pensar que lo había querido, y lo seguía queriendo con todas mis fuerzas.

    Apenas lo vi, sentado en aquella silla de la sala de espera, con cara de perrito mojado, aparté la vista.

     -¡Luisa!-exclamó, levantándose de su asiento y tomándome del brazo.
     -No...me...toques-gruñí, haciendo énfasis en cada palabra, para que notase mi ira.

  Val me miró, dolido, y, tras unas sacudidas de mi brazo, logré que me soltara. Eché a correr en el acto.


      -Vale, que no es para taaanto.-comentó Hanna, sirviéndome un café.
      -¡¿Cómo que no es para tanto?!-chillé, con los ojos ahogados en lágrimas-¡No me tiene confianza! ¡No le tiene confianza al amor que siento por él! ¡No me quiere tanto como yo le quiero!

    Hanna apoyó mi taza en la mesa, frente adonde yo estaba sentada, y se sentó en la otra silla situada enfrente de donde yo estaba. Me acarició la mano y sonrió dulcemente.

      -Él te ama demasiado. Más de lo que tú crees.-afirmó.
       -¿En serio? ¿Cómo lo sabes?-pregunté, enjugándome las lágrimas.
       -En serio. Lo sé por cómo te mira.-respondió.
       -¿Y cómo me mira?-pregunté entre sollozos.

   Hanna meditó un poco antes de decir:

       -Te mira como si no existiera nadie más bello que tú. Como si tú fueras su mundo, lo único que le importa. Te mira como si fueras única.-sonrió amablemente-Y vaya que lo eres.

   Las palabras que mi compañera de cabaña había pronunciado me sacaron una sonrisa, e hicieron que mis lágrimas desaparecieran. Poco a poco, volvía a recuperar la confianza en mí misma.

    Ahora me río porque, de haber sabido lo que iba a ocurrir después, no me hubiera sentido tan feliz.

     Golpearon la puerta de nuestra cabaña, y Hanna se apresuró a ir a abrir.
 
     Por la cordialidad de la voz que estaba del otro lado de la puerta, deduje que se trataba del cartero. Hanna dio las gracias, algo confundida, cerró la puerta y dejó la carta en la mesa de la cocina, frente a mí.

     -Es para ti.-anunció-Espero que no sea nada grave.
     -Gracias.-agradecí y comencé a abrirla.

   Me quedé petrificada al leer lo que decía en la carta. Eran sólo tres palabras:

          «Huye o morirás.»

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