Capítulo Vigésimo Séptimo parte 2 (Luisa)

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Esta sala era idéntica a la sala de espera excepto por el tamaño: la de las pruebas físicas era más chica que la de la espera. Además, la habitación donde se desarrollaban las pruebas físicas tenía un pequeño escritorio al fondo y no estaba repleta de sillas ni de revistas.

      Detrás del despacho, un hombre de tez morena, ojos oscuros, cabello negro, cuerpo esbelto y repleto de músculos bien trabajados se encontraba sentado en una silla.

       -Siéntese.-me dijo, en voz muy baja, casi susurrando.

    Asentí y me senté en la silla que había frente al despacho.

        -¿Usted sabe quién soy?-me preguntó.

     Podía escuchar cómo cada neurona se esforzaba para encontrar una respuesta a su pregunta. ¿Quién era él? Era musculoso, hablaba en voz baja pero de forma pausada, como si tuviera todo bajo control. Como si debiera tener todo bajo control.

     De pronto, lo vi más claro que el agua.

       -Es el Jefe.-respondí con cierto tono de duda, por el temor de no haber acertado y quedar en humillación incluso antes de comenzar el examen.

Para mi sorpresa, el hombre asintió.

-Efectivamente, soy el Jefe. Ha acertado. Y, ¿tiene idea de para qué está aquí?
-Estoy aquí porque hay posibilidades de que yo sea quien están buscando, pero para asegurarse de eso ustedes tienen que hacerme un montón de pruebas.

El Jefe asintió.

-Pero antes de pasar a las pruebas, ¿tiene alguna pregunta, señorita Menhër?-dijo el Jefe, mirándome fijamente a los ojos, que eran tan lindos y oscuros...

«¡Despierta, Luisa!» me dije «De hecho, sí tengo una pregunta.»

-¿Por qué si se supone que los que buscan son los "mentalmente más fuertes" nos hacen pruebas físicas?-pregunté.

Se rió por lo bajo antes de contestar:

-Porque, ¿cómo se supone que nos van a ayudar si están mal físicamente? Los "mentalmente más fuertes" son llamados así por su destreza mental, pero también deben estar en buenas condiciones físicas para poder actuar de manera rápida y eficaz. No nos sirve de nada un gordo que no sepa hacer nada y que corra a un kilómetro por hora.
-¿Está queriendo decir que un gordo no puede ser quien ustedes buscan?-repliqué.
-No meta palabras en mi boca, que yo no he querido decir eso.-el Jefe tragó saliva y me señaló con el índice-Por supuesto que una persona que tenga sobre peso puede ser la "elegida". Pero si ése es el caso, lo haremos ejercitar hasta que se ponga en forma y sea ágil.

    Nos quedamos unos segundos en silencio hasta que yo rompí el hielo con otra de mis preguntas.

      -En este momento, ¿cuál es el fantasma con capacidades mentales más desarrolladas?
      -Hay varios, Señorita Menhër. Y todos están trabajando conmigo y tienen estrictamente prohibido el participar en los simulacros.-bufó- Sería una pérdida de tiempo total.-su semblante se entristeció de pronto-Pero hace mucho tiempo que no damos con quien estamos buscando.

       Lo observé detenidamente. El Jefe no era alguien malvado, o alguien a quien se podía odiar. Al contrario, era alguien cariñoso, capaz de amar de manera descontrolada, y eso se le notaba en los ojos.

     Claro que sus acciones confirmaron éstos pensamientos más tarde, pero ése no es el punto.

        -Para la primera prueba, deberás correr alrededor de la Sala de Experimentos tres veces sin parar.

    Asentí y me quedé en silencio unos segundos, esperando a que dijera algo.

     Se ve que mal interpretó mi silencio, porque enseguida me gritó:

        -¡Venga ya! ¿Qué estás esperando? Sal a correr, ¡joder!

     Me sobresalté y salí corriendo por la puerta. Atravesé la sala de espera y salí al exterior.

     Corrí una vuelta alrededor del establecimiento. Ya me encontraba un poco cansada. «Tú puedes» me dije y continué. Otra vuelta. El sudor empapaba cada rincón de mi cuerpo y yo jadeaba cada vez más, pero algo dentro de mí me permitió seguir corriendo. Finalmente, corrí la tercera vuelta. Cuando llegué a la puerta de la Sala de Experimentos me desplomé en el suelo, totalmente sudada y cansada.
   
      -¿El deporte no es lo tuyo, verdad?-me preguntó El Jefe, asomando su cabeza para verme.

    Suspiré y me levanté, sin responder a su pregunta.

     -Vale, ya sé que estás cansada, así que bebe un poco de agua.- me extendió una botella de vidrio que estaba repleta de agua bien fría. La tomé y bebí de ella como si hubiese pasado cuatro meses sin tomar una gota de aquella bebida tan deliciosa.

    Apenas alejé la botella de mis labios, el Jefe me comentó:

      -La segunda prueba va a consistir en nadar en el lago, desde el pequeño muelle que hay en la orilla que desemboca en el bosque hasta el cementerio.

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