Capítulo Trigésimo Segundo (narrado por Luisa)

11 1 0
                                    

Los días pasaron. Desde que la teoría de Val se había confirmado, lo único que hacíamos era viajar. Alejarnos de todo. Escapar.
        La noche ya había caído y la luz de la luna se filtraba a través de la ventana del andén en el que estábamos.
        Todos dormían excepto yo. No era que no quería, simplemente el miedo me lo impedía. ¿Y si mi padre nos encontraba? ¿Y si me apuñalaba por la espalda? ¿Y si cuando menos lo esperábamos nos encontraba? ¿Cómo estar del todo seguros de que estábamos a salvo? ¿Cómo estar seguros de que no nos iba a pasar nada? ¿Cómo podríamos dejarnos guiar por nuestro instinto en una situación como aquella?

       -¿Problemas para dormir?-me preguntó Jacinto, que estaba sentado a mi lado.
    
      Asentí.
 
        -Siento que todo ha ido tan rápido, y me da la sensación de que he disfrutado tan poco mi vida.-murmuré y clavé la mirada en sus ojos marrones-¿Cómo podemos estar tan seguros de que nada nos va a ocurrir?-formulé en voz alta aquella pregunta que estaba merodeando desde hacía mucho rato en mi cabeza.

        Jacinto vaciló un instante antes de responder:

        -Supongo que se debe a que nos aferramos a la esperanza en los momentos de más debilidad. Por más que nos digan que no vamos a poder, nosotros vamos a seguir creyendo que de hecho podemos, y nos vamos a aferrar tanto a ese pensamiento que nada ni nadie nos lo va a quitar, hasta que finalmente fallemos y nuestro corazón quede hecho pedazos, de la misma manera que nuestra confianza en nosotros mismos.

       Me lo quedé mirando fijamente cuando terminó de pronunciar aquellas hermosas palabras que me habían dejado pensando.

         -¿Dónde aprendiste semejante verdad?-pregunté, estupefacta.

       Jacinto se rió y se pasó la mano por su cabello castaño claro antes de decir:

         -La vida no me ha tratado del todo bien, Luisa. No siempre la he tenido fácil, a pesar de lo que las apariencias digan.
          -Pero...eres cardiólogo. Salvas la vida de mucha gente al prescribirles medicamentos y, en algunas ocasiones, operándolos. ¿Cómo puedes tener una visión tan pesimista de tu propia vida?
          -Vivo la vida que vivo ahora gracias al esfuerzo. Me esforcé todos estos últimos años para mejorar aquella horrorosa vida que llevaba.
          -Pero, si se puede saber, ¿por qué tu vida era tan horrorosa?-pregunté, llena de curiosidad.
          -Porque la gente no me aceptaba tal como era. Me detestaba. Tan simple como eso.-suspiró-¿Por qué han de gustarme las mismas cosas que a ellos? ¿Por qué he de querer a la misma gente que ellos? No lo sé. Y jamás podré averiguarlo.
         -Pero...¿qué te gustaba que a ellos no?-insistí.
         -Los hombres.-respondió-Soy homosexual.

    Me quedé atónita. ¿Cómo era posible que ese chico que estaba a mi lado quisiese a otros chicos? Si él no era para nada afeminado. O al menos, no se comportaba como tal.
    Jacinto echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

         -¿No te lo esperabas, eh?
   
      Sonreí.

         -Para nada-admití.
         -Nadie se lo espera.-bufó- Se ve que soy uno de esos gays que no son para nada afeminados.
         -Y no, no eres para nada afeminado.-coincidí.

    Nos quedamos unos minutos en silencio y luego preguntó:

       -¿Cómo te enamoraste de Osvaldo?

     Esbocé una amplia sonrisa ante tal pregunta.

       -Lo conocí a principios de año. Yo estaba castigada a causa de una agresión que había cometido.-sonreí aún más al recordar aquel día-Me encontraba en una sala escribiendo algo y de pronto miré por la ventana y lo vi. Enseguida caí rendida a sus pies.

    Jacinto se rió ante tal expresión.

       -Con todo lo que te ha pasado, debes de sentirte muy mal cuando piensas en él.-comentó.
       -Para nada. ¿Sabes? La gente suele decir que el amor te debilita, pero a mí me hizo más fuerte.

     Mi nuevo amigo asintió.

      -¿Le quieres mucho, verdad?-murmuró.
      -Ni te lo imaginas.-suspiré-No creo ser capaz de querer a alguien más que a él.
      -Pues cásate con él. Total, es simplemente agarrarse las manos y hacer el ritual del fuego juntos.-se rió por lo bajo- Además, la mayoría de los fantasmas se casan muy jóvenes.

    No pude evitar largar una carcajada. ¿Casarse a los catorce años? ¿Acaso se había vuelto loco? Yo quería mucho a Val, pero no creía que aquello fuese posible. Más bien, no creía que ni Val ni yo fuésemos lo suficientemente maduros como para tomar semejante decisión.

     Jacinto iba a decir algo, pero se vio severamente interrumpido por una fuerte sacudida que despertó a todos los pasajeros del tren.

        -¿Qué diablos ha ocurrido?-protestó Marina, que parecía confundida tras haberse despertado.

     Como si el conductor la hubiese escuchado, se escuchó por un altavoz:

        -Estamos teniendo ciertos problemas técnicos, señores pasajeros. Por desgracia, se verán obligados a descender del tren en la próxima parada. Discúlpennos y les deseamos un buen viaje.

      
  

Única Where stories live. Discover now