Capítulo Décimo Sexto (narrado por Luisa)

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La vida en casa de Marina era buena. Cada mañana nos levantábamos, tomábamos el desayuno con su abuela y su hermano menor (que se llamaba Javier), nos bañábamos, nos vestíamos y nos tomábamos el bus para ir al colegio. Al ser menor de seis años, Javier asistía aún al jardín de infantes, por lo que la abuela de Marina se bajaba con él dos paradas antes.

  Por las tardes, luego de ir a trabajar (ahora ya no tenía que acudir al castigo porque ya lo había cumplido), íbamos siempre a un café que Marina adoraba, cuyo nombre era «El té con galletas». Sí, lo sé, era muy original el nombre del local. Pero qué más da el nombre del lugar, lo que sirven allí son manjares.

  Después de hacer nuestra agradable visita al café, nos volvíamos a casa de Marina y preparábamos la cena, hacíamos los deberes, nos bañábamos, vestíamos, comíamos y, finalmente, nos dormíamos a eso de las 10 de noche.

Después de tantos años sintiéndome sola y abandonada cada vez que llegaba a casa, al fin encontraba lo que podía llamar "mi lugar en el mundo".

Además, al ser casi todos (bah, técnicamente sólo Marina y yo lo éramos) fantasmas, podíamos permitirnos el traspasar las paredes, en vez de perder tiempo abriendo puertas, lo que desesperaba a la abuela de Marina, que solía decirnos:

-Venga, chicas. Que váis a lastimaros algún día.

Al único que extrañaba era a Carlos. ¿Qué habría pensado mi hermanito al percatarse de que su querida hermana ya no se encontraba allí, en su hogar? ¿Lloraría, como tantas veces había hecho al ausentarme? ¿O seguiría feliz, sabiendo que tarde o temprano volvería?

Me había prometido a mí misma de ir a verlo apenas pudiera, en algún momento del día en el cual no se encontrase mi madre, así evitaba las preguntas que ésta me haría.

Porque, ¿cómo explicarle que ya no la quería, que nos había traicionado a mí y a mis hermanos? ¿Cómo pronunciar esas palabras sin echarme a llorar desconsoladamente?

Porque, puede que ya no la quisiera, que me hubiese traicionado; pero aquellas palabras no eran nada fáciles de pronunciar. Y menos teniendo en cuenta que mi madre había estado siempre ahí, por lo menos en los momentos más claves de mi infancia.

-Vale, ¿entonces la raíz cuadrada de 25 es 5?- me preguntó Marina, mientras anotaba el resultado del problema que estábamos resolviendo en su cuaderno.

-Sí, lo que significa que la hipotenusa del triángulo ABC mide cinco centímetros, según el teorema de Pitágoras.-respondí, anotando el resultado.

Marina bufó y se acomodó en la silla del escritorio, donde estaba sentada.

-Al fin podemos ser libres.-musitó.- Qué problema de mierda.
-Sí,-coincidí- pero al menos no era imposible, como tú dijiste al principio.

Guardamos nuestras cosas en nuestras respectivas mochilas.

   -¿Mañana te apetecería ir a tomar algo después de clase conmigo y Val?
   -No sé si puedo, tengo que trabajar y justo mañana se celebra una firma de libros.
   -¿Quién es el afortunado?
   -¿Conoces a Mike Kender? Es un tío joven, de veinte años aproximadamente, que un día le apostó a un amigo que, si éste no podía dar una vuelta en skate sin caerse, tendría que correr desnudo por todo el vecindario; y su amigo, por su parte, le apostó que si podía lograrlo, entonces Mike debería publicar un libro.- conté, mientras buscaba en la repisa un libro para leer.

  -Ya veo que este Mike debe de ser muy inteligente.- comentó Marina, con ironía.

  Estaba a punto de decirle que, en realidad, Mike resultó ser más inteligente de lo que parecía al principio, cuando de repente sonó el timbre.

  Observé con curiosidad cómo Marina abría la puerta. Detrás de ella, se encontraba Dan, mi hermano mayor, con cara de pocos amigos.

   -¿Qué se te ofrece?-preguntó mi amiga, al parecer sorprendida.
-Necesito hablar con mi hermana.- respondió enfadada.
-¿Luisa es tu hermana?
-No, simplemente vine hasta aquí cuando hace un frío de cagarse, a violar a una extraña que ni siquiera tiene dos manos.

Marina dio vuelta la cabeza y me preguntó:

-¿Éste es tu hermano?
  -Por desgracia, sí.-respondí, suspirando.

  Dan entró sin que nadie le diese permiso y se dirigió a donde yo estaba.

  -Necesito decirte algo sobre mamá y papá.-susurró, con la voz quebrada.
  -¿Qué pasa, Dan?-pregunté, confundida.

Mi hermano me tomó del brazo y me llevó hasta la cocina, que se encontraba a la derecha del salón.

  -Vale, ¿qué coños te pasa?
  -No quiero que llores, ni grites, ni nada, pero he de comunicarte algo para nada agradable.
  -Soy todo oídos.-dije.
  -¿Recuerdas cuando solíamos decir que mamá y papá eran una pareja feliz?-hizo una pausa- Bueno, pues ya no lo son.

  Me quedé boquiabierta. ¿Se habían divorciado?

  Le formulé mi pregunta.

  -Sí.-me respondió Dan, con lágrimas en los ojos y me abrazó.

  Lloré con él. ¿Por qué nos tenía que pasar eso a nosotros? ¿No era ya suficiente con todos los años de soledad, en los cuales nuestros padres no habían estado presentes? ¿No era ya suficiente con la traición de nuestra propia madre, que ni siquiera nos quería?

  -¿Cómo se lo ha tomado Carlos?-sollocé.
  -Él..él cree que siguen estando juntos. Y yo te juro, yo te juro...que no puedo más.-respondió él, llorando desconsoladamente.

  Oh, pobre Carlos...¿por qué se veía obligado a vivir todas aquellas cosas a tan temprana edad?

  Además, seguramente me extrañaba; y eso era lo que más me dolía.

  Nos quedamos ahí, abrazados, durante mucho tiempo, hasta que nuestras lágrimas se secaron.

Única Where stories live. Discover now