Capítulo 36.

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Abro mis ojos con pesadez, el ruido del teléfono es horrible para estas tempranas horas de la mañana. Alargo el brazo y maldigo cuando estoy apunto de tirar una lámpara que hay en la mesilla. Desbloqueo el móvil y me doy cuenta que no es tan temprano, son las ¡Cuatro de la tarde!; y es tan extraño que yo me despierte a esta hora. Clavo los ojos en el nombre en la pantalla y con cierto arrepentimiento, cojo la llamada.

—Hola tío Ro...

—¡Alice Tanner, se puede saber qué significa esto! —gritan al otro lado. Abro los ojos asustada por su tono —. ¿Dónde estás? Estoy preocupado. He ido a tu casa y no estabas, volví unas horas después y nada. ¡A estas horas deberías estar allí!

Puedo notar su tono histérico.

Recuerdo que aquí son seis horas adelantadas.

—Tío, siento no habertelo informado —me levanto de la cama y pongo el manoslibres —. Estoy en Es-España.

Cierro los ojos esperando su reacción y dejo el móvil en la mesilla.

—¿Qué? —ríe —. Pero que bromas tan graciosas, Alice.

—No es broma, Roger. Estoy en España.

Cojo la maleta y la abro, extendiendola sobre la cama.

Oígo un chillido gutural y por un monento paro mis movimientos.

—¡Dime con quién te has ido!

—Con Stephen.

—¡No! ¿Con ese chico? Alice es demasiado malo, te exijo que vuelvas a Nueva York ahora mismo.

—No, Roger.

Saco la ropa, doblandola sobre la cama y me acerco al móvil.

—Por favor, entiendeme. Cuando lo hagas, llamame de nuevo. Te quiero.

No le dejo contestar, pues cuelgo.

Suspiro y niego con la cabeza, le dejaré que lo piense y se tranquilice.

—¿Problemas? —pego un respingo y me volteo, justo para ver el cuerpo de Stephen apoyado en el marco de la puerta.

Aprieto mis puños cuando me percato de que está en bóxer. Sus fuertes brazos están contraídos en su ancho torso mientras que su cadera se encuentra moviéndose levemente contra la madera oscura del marco de la puerta. Los tatuajes en sus brazos desde esta posición me parecen más oscuros y me extraño al no haberlos visto nunca de muy cerca; es decir, no sé qué es cada uno.

Ni siquiera recuerdo lo que me había preguntando, hasta que al final, lo recuerdo.

—Sí —suspiro —. Mi tío ya sabe que estoy aquí y no me despedí de ninguno de ellos.

—¿No lo hiciste? —entra a la habitación.

Niego con la cabeza.

—¿No tienes frío? —mis mejillas se calientan al preguntarle algo tan estúpido, por eso me oculto mirándome los pies y tapando mi cara con mi cabello.

—No precisamente eso —levanto la vista encontrándome con sus ojos.

—¿Entonces el qué?

—Calor —sonríe.

—Yo también. —Admito cuando comienza a acercarse.

Y sé que no nos referimos al aire caliente que flota por la habitación proveniente de la calefacción, sino a la atracción entre nuestros cuerpos.

Sus manos capturan mis caderas y retrocedemos, chocando con la mesilla. Suelto una risita cuando casi tiramos la lámpara. Aparto el pelo que me cae por la cara para mirarlo mejor, a tiempo para que sus labios se encuentren con los míos sin miedo. Apoyo mis manos en sus hombros desnudos, mientras su lengua recorre mi boca en un santiamén. Gimo cuando cambia de lugar y ahora succiona mi cuello.

Miedo. [#Wattys2016]Where stories live. Discover now