CAPÍTULO 21

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Estuvimos unos tres minutos gateando. Tres incómodos minutos en donde Colin no paraba de reír con una risa similar a la de su hermano.

—Scarlett. —me llamó Ares—. Creo que necesitarás comunicarte con María.

Me asomé y entre sus piernas alcancé a ver qué el camino de la ventilación se dividía en dos.

Traté de alcanzar mi radio, pero esta estaba enganchada en la parte superior de mi espalda y el espacio no me permitía girar.

Liberé el aire con pesadez y sin otra opción le pedí a Colin que me lo alcanzara. Estiró su brazo y sentí el roce de sus vellos sobre la piel que escapaba por mi remera.

—Apúrate, por favor —insistí.

Me lo alcanzó por debajo de mis piernas y en el acto respondió María.

—Por lo que tengo entendido, ya han llegado a la doble ala de la ventilación. Tendrán que tomar la derecha y seguir avanzando hasta encontrar otra escalera. Una vez la hayan trepado, remuevan la última rejilla y suban al techo en completo silencio.

—Entendido.

Finalizamos el recorrido tal cual nos lo dijo María. Ares me ayudó a salir de la ventilación y así lo hizo con el resto.

Solo nos faltaba cruzar aquel gran muro de concreto.

(Dr. Sigma)

Tic-tac, tic-tac, tic-tac, repetía sin parar, siguiendo el ritmo de mi reloj en el muro. 11:10, marcaba el mismo, tan solo unos cuantos minutos más para que la ejecución comenzara.

Me levanté de mi cómodo sillón de cuero y agarré uno de mis mejores licores para relajarme y lograr calmar los nervios.

«¿Cómo será?», me pregunté a mí mismo. «¿Acaso querrán asistir muchos colegas a la ejecución? ¿Necesitaré llevar mi mejor bata blanca?». ¡Por supuesto! Es un día de sacrificio para el bien de la humanidad.

Una vida para salvar millones en este pequeño e insignificante mundo. Un mini mundito que nadie podrá destruir antes que yo, mucho menos aquella falla. A futuro necesitaré contar con las buenas críticas y una destacada figura de héroe para poder generar confianza. Quizá algunos se enojarían por terminar con la vida de una adolescente de dieciocho años, pero ¿qué más daba? La única opinión que contaba aquí era la mía.

Pensar y analizar me encantaba y más aún luego del séptimo vaso de licor en donde mi cerebro parecía desparramarse y comenzar a maquinar ideas por sí mismo.

Lamentablemente, el mal del séptimo vaso no podía faltar. Me hacía temblar y recapacitar sobre mis acciones, ¡incluso me hacía decir cosas que no quería!

Alguien llamó a la puerta y necesité tomar una buena cantidad de aire para pronunciar con claridad la palabra "¡adelante!".

María ingresó con el rostro más pálido de lo común y se sentó en la silla de enfrente. En el acto cambió su mueca de preocupación por una de enojo al verme.

—¿Qué nivel de conciencia tienes? —preguntó molesta.

—Uno de tres vasos. —Traté de mentirle, pero no podía obtener credibilidad al arrastrar las palabras—. Bueno, quizá siete.

Observé el vaso servido en mi mano y le di un gran trago.

—Ocho y contando.

Me arrebató la botella y vació por la ventana el contenido. Apoyó nuevamente el recipiente vacío sobre mi escritorio y se quedó callada, buscando una explicación.

—¿Estás aquí para reprocharme sobre los niveles de alcohol en la sangre o para hacerme cambiar de opinión respecto a la ejecución?

Ella frunció el ceño sin entender.

No Soy una Falla ||LIBRO 1||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora