CAPÍTULO 22

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La luz del día apenas comenzaba a ingresar por la entrada de la cueva, pintando las paredes rocosas de un negro brillante debido al reflejo de la mica incrustada en ellas.

Luego del escape, habíamos decidido pasar la noche en una cueva que habíamos encontrado a varios kilómetros del laboratorio. Nos quitamos la ropa mojada y la dejamos estirada sobre las rocas dentro de la misma cueva para que se secaran.

Sacamos una frazada que estaba en la mochila y la echamos sobre el suelo para acomodarnos uno al lado del otro y poder dormir, a pesar de que nadie parecía lo suficientemente cansado para hacerlo.

Me levanté cuidadosamente para no despertar a Ares, quien durmió toda la noche pegado a mi lado, y comencé a vestirme con mi ropa ya seca. Me calcé los borceguís y me até el cabello en una cola de caballo alta.

Salí afuera, encontrándome con el cielo despejado y unos finos rayos de sol que sobresalían entre medio de los altos pinos. Respiré un poco de aire puro y le dediqué un minuto de mi vida a contemplar el amanecer que se aproximaba.

Me habría gustado admitir lo bello que se veía pero sentía una amargura en mi interior que no me dejaba.

Caminé unos metros y me agaché junto a un charco de agua para poder limpiar mi daga, la cual estaba cubierta de sangre seca, luego del desagradable evento de la noche anterior.

Una vez limpia, contemplé mi reflejo en ella. Qué gran cambio que había tenido en tan poco tiempo. Nadie que me hubiera conocido anteriormente podría llegar a reconocerme como la Scarlett que una vez fui en Portland.

Continué observándome y el reflejo en mi hoja de diamante me ayudó a ver un árbol a mis espaldas que parecía tener frutas en él. Volteé para verlo por mi cuenta y descubrí que aquellas frutas eran manzanas, tan rojas como la sangre, casi perfectas.

Caminé hacia el árbol e intenté recoger algunas. Pude agarrar tres que estaban a mi alcance, puesto a que las otras estaban más altas, pero no iba a llevar tan pocas manzanas para desayunar con mis amigos. Localicé una pequeña ranura en el árbol donde puede introducir mi pie y comenzar a escalar de a poco, con cautela de pisar las ramas resistentes.

Llegué a lo que parecía ser la copa del manzano y extraje unas seis manzanas extra para llevar en el camino. Comencé a bajar con cuidado, lo cual fue complicado ya que mis manos estaban llenas. Estaba a punto de pisar la última rama cuando de pronto escuché el sonido de algo a punto de quebrarse. No alcancé a agarrarme y terminé por caer de cola al suelo.

Las manzanas se habían esparcido a mí alrededor y antes de recuperarlas revisé que no hubiera ningún daño en mi cuerpo. Solamente un pequeño corte en mi brazo y otro en la pierna, nada grave que no pudiera curar con mis ojos celestes.

Al no tener ningún hueso quebrado me levanté de un salto y en el acto me arrepentí de ello.

—Mierda —comenté con dificultad, apoyándome contra el manzano para mantener la estabilidad.

—¿Necesitas ayuda? —me ofreció Colin, quien venía caminando.

Negué con un ademán y me dispuse a juntar las manzanas. Solo había sido un pequeño mareo por el golpe.

—¿Estás enojada conmigo? —me preguntó robándome una de las manzanas. La inspeccionó y luego de limpiarla con su ropa se la llevó a la boca.

—No estoy molesta contigo —refuté de mala gana. Me dolía la cabeza y Colin tenía ganas de charlar, era mejor si se comía su desayuno en silencio.

Río y me observó con diversión en sus ojos.

—Entonces avísale a tu rostro. Una sonrisa de vez en cuando no se te vería mal.

No Soy una Falla ||LIBRO 1||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora