PRÓLOGO

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CUANDO salgo de mi habitación, madre y padre está esperándome en el vestíbulo.

Las ropas que llevo puestas me resultan incómodas. Son prendas de adulto: tela áspera y corte práctico. Hechas para que duren mucho tiempo.

—Yo elijo mi propio camino —susurro. Las palabras que todo niño pronuncia a los diez años, las mismas que pronunciará mi hermano a continuación, no suenan como si estuviera segura de ellas. Pero lo estoy, porque sé que esto es lo correcto. Me aclaro la garganta y digo: —Me levanto sobre mis propios pies. Nadie se preocupa por mí salvo yo misma.

Padre asiente con solemnidad. Madre está pálida y mira fijamente hacia abajo, hacia sus manos. ¿Por qué no me mira? ¿Es esta su manera de decirme que no quiere tener nada que ver conmigo nunca más? Ni siquiera me he ido aún. Una leve decepción crece dentro de mí, pesándome como un ladrillo en el estómago.

La puerta al lado de la mía se abre y Colin, mi hermano gemelo, aparece bajo el umbral de la puerta. Lleva puestos unos pantalones marrones y una simple camiseta. Colgada de su hombro, lleva una mochila con unas cuantas posesiones que no quiere dejar atrás. Casi todas nuestras cosas serán destruidas una vez nos vayamos de aquí, limpiarán nuestras habitaciones, de manera que no nos sintamos tentados de volver. No es que sea algo que quiera. He terminado aquí.

Colin tose.

—Yo elijo mi propio camino —dice con un temblor en su voz. Sus ojos buscan los de nuestra madre—. Me levanto sobre mis propios pies —una lágrima se desliza por su mejilla. Toda esta situación le está resultando muy dura. Es el más pequeño después de todo. Hay media hora de diferencia entre los dos.

—Nadie se preocupa por ti salvo tú mismo —termina padre por él cuando Colin no puede continuar.

Cuando paso junto a mi madre, de repente posa una de sus manos sobre mi hombro.

—Leia —dice, sacando un simple collar de cuentas del bolsillo de su vestido. Tiene una nuez pintada de cristal por colgante—. Esto es para ti.

Mi corazón se detiene un instante. Es el mismo collar que mi madre obtuvo de su madre cuando ella misma se fue de casa y ahora ella me lo está ofreciendo a mí.

—Gracias —susurro. Por un instante, la imagino dándome mucho más que eso. Dentro de mí, siento que esto no puede ser el final en el mismo momento que mi padre abre la puerta principal para nosotros. Salgo tras mi hermano, a la luz temprana de la mañana, lejos de mi madre.

Colin me está esperando y me agarra la mano.

—¿Vienes? —farfulla.

Caminamos calle abajo sin mirar atrás. Nos dirigimos al palacio, donde viviremos hasta que nos casemos y tengamos nuestros propios hijos.

La puerta de nuestro hogar se cierra de un portazo. Una nueva vida acaba de comenzar.


La IslaWhere stories live. Discover now