3.

27 2 0
                                    

—¿QUÉ... qué estás haciendo tú aquí? —tartamudeo.

Mara mira a mi madre como si estuviera viendo un fantasma. De hecho, esto es un hecho insólito: los padres nunca visitan a sus hijos en la mansión. ¿Por qué iban a hacerlo? Nosotros no los necesitamos. No podemos depender de ellos nunca más.

Madre se acerca a mí y me toca el hombro.

—Leia, has crecido mucho —su mirada se posa en el colgante que llevo puesto. Las lágrimas le nublan los ojos—. ¿Cómo estás?

—Bien —le respondo con rigidez.

—¿Y cómo está Colin?

—También bien.

Sus ojos nunca abandonan mi cara.

—Os he echado mucho de menos —susurra—. Nunca debí haberos dejado ir.

Pestañeo, extrañada.

—¿Qué quieres decir? Es lo normal. Lo que hacemos.

Mi madre sacude la cabeza.

—Yo ya no lo creo —murmura, de una forma casi inaudible.

—¿Qué quieres decir con que ya no lo crees?

—No está bien —se retuerce las manos —. No puede estar bien dejar ir a tus hijos tan pronto.

—¿Cómo está padre? —le pregunto, desconcertada—. ¿Va él a venir?

—Tu padre ha muerto —responde ella con un tono de voz monótono.

Trago con dificultad el nudo que tengo en la garganta en el asfixiante silencio que hay entre las dos.

—¿Muerto? —repito, débil.

Mi madre asiente en silencio.

No esperaba esto. Esperaba poder volver a ver a mis padres dentro de unos años. Los hubiera visto desde la distancia, en la plaza del mercado. Hubiera podido tener una conversación rápida de cortesía con ellos en la tienda de la aldea. Ellos no me visitarían nunca. No hubieran podido conocer a mis hijos, pero sabría que estaban cerca.

Nunca más volveré a ver a mi padre.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunto con suavidad.

—La gripe se lo llevó. Sufrió una fiebre muy alta y el curandero estaba demasiado lejos para llegar a tiempo. No se pudo hacer nada.

—Lo siento —le digo—. Mis condolencias.

Elegí mi propio camino. Puedo sostenerme sobre mis propios pies. No necesito a mis padres, y ellos no estarán ahí para mí. La Fuerza es lo único en lo que podemos apoyarnos. Entonces, ¿por qué me siento tan terriblemente triste y vacía después de escuchar estas noticias?

—Gracias —susurra mi madre. —Espero que vengas a casa pronto.

Asiento a regañadientes.

—Volveré cuando esté lista para casarme. Ni un segundo antes.

Mi madre desliza la mirada de mí a Mara y de vuelta a mí.

—Dime, ¿es Saúl quien aún controla el cotarro en la mansión? Nunca firma sus comunicados.

—Sí —le responde Mara con una expresión apaleada—. Junto con Ben.

Madre frunce el ceño con preocupación.

—Así que es verdad.

—¿El qué? —pregunto.

Ella me mira con seriedad.

La IslaWhere stories live. Discover now