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EN NUESTRO campamento, cuando se pone el sol es la hora de irse a la cama.

A veces, me quedo levantada hasta bastante después de que oscurezca. Me siento en la biblioteca y leo algunos libros a la luz de las velas, aunque no es algo que haga muy a menudo. He llegado al punto de saberme de memoria los pocos libros que tenemos. Además, tampoco tengo nada sobre lo que escribir a casa. Hay algunos volúmenes sobre plantas comestibles, tácticas de caza, cómo esquilar a una oveja y formas de construir una tienda y redes de pesca. Ahora mismo, delante de mí, tengo un libro diferente que también he leído bastantes veces. Un libro que contiene historias imaginarias llamadas «cuentos de hadas». Incluso en el mundo de la fantasía, no se puede confiar en los padres. Las historias de Blancanieves y Cenicienta son buena prueba de ello. Las madres de esas historias tampoco querían a sus hijas.

Cierro el libro con un suspiro y miro fijamente la llama titilante de la vela que tengo delante de mí. Leer no es algo que pueda considerar hacer ahora mismo. No cuando no puedo quitarme de la cabeza las imágenes de la pelea de esta tarde. De Andy siendo golpeado por Cal mientras Max le agarraba desde atrás. De los jóvenes que estaban siendo obligados a mirar. Algunos apartaban la vista. Otros parecían aliviados por no ser ellos los que estaban allí abajo, peleándose.

Aunque hubo algunos que sí que disfrutaron del espectáculo.

Mara tiene razón. Este es un lugar al que temer.

Mi mirada atraviesa la habitación, directa a la puerta en la parte de atrás de la biblioteca. Esa es la habitación donde Saúl guarda El Libro. Cada semana, lo saca para leérnoslo durante la asamblea que celebramos en la parte delantera de la mansión.

Saúl siempre nos dice cómo cada uno de nosotros debe sentir la Fuerza en su interior y no debe depender de nadie más. Los Locos, separados de nosotros por el Muro, creen que la ayuda vendrá de fuera. Que la salvación provendrá de más allá del horizonte, lejos de nuestra isla. Esa es la razón por la que se esfuerzan tanto en construir sus barcos y es el porqué navegan tan lejos para no volver nunca más. Pero nosotros no. Nosotros somos fuertes y... autosuficientes.

Cuando miro a mi alrededor, noto que soy la única que queda en la librería. Pero aún se puede oír un ruido. En el piso de abajo, en el recibidor, oigo voces exaltadas.

Llevada por la curiosidad, recorro de puntillas el vestíbulo y bajo las escaleras. Ahora puedo distinguir algo más: Saúl está gritando algo, mientras se dirige a su hermano. «Agárralo, Ben», seguido de un gruñido, como si Ben estuviera haciendo un gran esfuerzo sujetando o levantando a alguien. Alguien arrastra los pies y murmura un maldición.

Oh no. ¿Es que acaso no ha sido suficiente la paliza que le han dado a Andy hoy? Pensaba que lo habían llevado a su tienda después de la pelea, lleno de heridas y con un ojo morado. Mara me dijo que incluso había tenido que llevarle un poco de ungüento medicinal.

No, no creo que sea Andy. La persona a la que intentan someter gruñe con una voz que parece más adulta que la de cualquier joven de los que viven en la mansión.

Un escalofrío me recorre la columna vertebral cuando me quedo paralizada en las escaleras. No se me permite ver esto. Estoy segura de ello. Pero aún así, quiero mirar. Silenciosa como un ratón, bajo los últimos escalones y, con cuidado, echo un vistazo. Esta parte de la mansión está iluminada por las antorchas que hay sujetas a lo largo de la pared, de manera que los visitantes puedan ver dónde están en cada momento. Se supone que Saúl recibe a visitantes nocturnos algunas veces. Chicas, según Colin, aunque nunca he oído a ninguna de las jóvenes mencionarlo.

Toda la parte de atrás del vestíbulo es una bodega de cerveza que siempre está cerrada. Saúl dice que la cerveza debe estar guardada bajo llave. Sólo probamos el alcohol en ocasiones especiales como bodas y cosas así. Es una verdadera faena.

Saúl y Ben están junto a la puerta de la bodega. Ben sujeta a un hombre con un hilillo de sangre bajándole por la sien. El desconocido parece haber perdido el sentido entre los brazos de Ben.

¿Quién es?

Un cosa sí es segura: no es ningún vecino del pueblo. Nunca lo he visto hasta ahora y estoy segura de que conozco a todas las personas de Newexter. Eso echa por tierra la posibilidad de que sea un espía del Anciano formando parte de la intervención de la que había hablado mi madre. Lo único que me viene a la mente es que sea un Loco. Pero... ¿por qué dejarían a uno de ellos inconsciente y lo encerrarían en la bodega?

Puede que ya estuviera herido. Quizás lo encontraron así. Quizás quieran ayudarlo.

Saúl abre la puerta con una pequeña llave plateada colgada de su llavero. Ben empuja al hombre herido bajo el marco de la puerta, adentrándolo en la bodega de cerveza. Sin decir una palabra, cierra la puerta y echa la llave.

Parece que no van a ayudarle.

—Encontremos a Max —le dice Saúl a su hermano—. Quiero discutir algo con vosotros dos.

Cuando se giran, vuelvo a esconderme, con el corazón latiéndome con fuerza en la garganta. Por favor, por favor, no dejes que vengan hacia la escalera. No tengo ni idea de dónde está Max.

Afortunadamente, oigo la puerta de la habitación de Saúl cerrarse de un portazo. El recibidor está en silencio. Con cuidado, vuelvo a asomarme y echo un vistazo, mis ojos fijos en la puerta de la bodega.

Abro la boca por la sorpresa. Las llaves de Saúl siguen en la puerta. Se me seca irremediablemente la boca cuando reparo en la antigua e bellamente decorada llave que encaja a la perfección con la cerradura de la habitación de la biblioteca en el piso de arriba. La habitación que guarda El Libro. Mi corazón se acelera. Esta es la única oportunidad que tendré si quiero saber qué es exactamente lo que Saúl nos está ocultando.

Me dirijo a la puerta, cojo el manojo de llaves con una mano para impedir que entrechoquen y hagan ruido, mientras con la otra mano sacó la llave de la biblioteca del llavero. Me sudan las manos.

Un ruido de voces me sorprende. No suenan en las escaleras, sino detrás de las puertas. Fragmentos de frases, la voz de Saúl alta y enfadada «cree que es... no está loco... nadie en esta isla...»

Tan rápida y silenciosa como puedo, corro hacia las escaleras y subo los escalones de dos en dos, incluso tres, dirección a la biblioteca.

¿Cuánto tardará Saúl en descubrir que la llave de la habitación donde guarda El Libro no está?

No tengo demasiado tiempo.


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