1.

66 3 0
                                    

—¿CUÁNTAS malditas veces tengo que decirte que no cojas leña húmeda? —Ben tira a un lado las ramas que acabo de traerle con el ceño fruncido—. ¡No puedes hacer fuego con esto!

—Lo siento —balbuceo.

—¿Que lo sientes? —la cara de Ben se vuelve roja bajo su pelo rizado castaño—. ¿Y eso de qué me sirve a mí? Más que en ningún otro sitio, debes aprender a ser útil en el bosque.

—Cállate, Ben —le espeta Colin. Mi hermano está a mi lado, ocupado despellejando a un conejo—. Como si tú nunca te equivocaras.

Ben esboza una sonrisa de superioridad.

—¿Oh, de verdad? Bueno, hasta donde yo sé, soy yo quien os ha mantenido con vida hasta el momento. ¿Quién ha cazado ese conejo? ¿Y quién cogió los dos faisanes que nos comimos ayer?

Colin alza una ceja interrogativa.

—¿Y quién se llevó una bofetada anoche porque se fue a dormir a la tienda de campaña equivocada?

Me muerdo el labio evitando así que se me escape una risilla nerviosa. Ben es un superviviente, de eso no hay duda alguna, pero las relaciones sociales no son precisamente su fuerte. La noche anterior, Mara dejó muy claro que no estaba interesada en él. Menos mal que Colin había escuchado los gritos, no creo que le puñetazo en la nariz hubiera sido los suficientemente persuasivo para que Ben captara el mensaje.

—¿De qué te ríes? —gruñe Ben, pillando mi casi sonrisa —¿Crees que es divertido?

No, no lo creo. No hay nada de lo que reírse cuando vives en un mundo donde el más fuerte siempre gana y tiene más derechos que el resto de nosotros.

Ben es el hermano pequeño de Saúl, quien ostenta el poder en el palacio. Saúl organiza combates de lucha entre los chicos más fuertes y los miembros más débiles del grupo para asustarlos. Nunca sabes cuándo tu número saldrá elegido. Hace sólo un par de semanas, un tipo gigante apodado El Oso llamado Max le dio una paliza a Colin.

Saúl también decide quién debe irse de excursión al bosque para aprender técnicas de supervivencia. Si no estás en su lista de privilegiados, te toca salir cada semana. También es quien dice quién vive en el palacio, dispone cuando leer El Libro y elige los capítulos que deben leerse durante nuestras asambleas.

—Creo que deberías dejar en paz a Mara —le respondo casi sin fuerzas—. Ya te ha dicho varias veces que no quiere casarse contigo.

Ben sonríe con una mueca maliciosa.

—¿Quién ha hablado aquí de matrimonio?

Conmocionada, me quedo sin palabras. Todo el mundo sabe de dónde vienen los bebés. Si haces... eso... sin aceptar tu responsabilidad sobre el niño y criarlo hasta que cumpla los diez años eres un criminal. En las raras ocasiones que eso ocurre, el chico está obligado a casarse con la chica.

Algo dentro de mí me dice que Saúl jamás obligaría a su hermano pequeño a hacer algo así.

Le doy la espalda, disgustada. Las piedras que estoy usando para encender el fuego se me escapan de las manos y caen al suelo. Corro alejándome de él por el camino del bosque, entre los árboles, a través de la hierba alta, tan lejos de Ben como pueda. Jamás le dejaré que vea mis lágrimas.

Continúo corriendo hasta que llego a la playa.

La arena me hace cosquillas en los pies. Me acerco al agua, dejando que las burbujas y la espuma del mar me bañe los pies desnudos. Oigo los chillidos de las gaviotas sobre mi cabeza. Mire donde mire, la superficie del agua se extiende sin fin por el horizonte.

Nuestro mundo es pequeño. Si me volviera hacia el norte y empezara a andar, podría recorrer nuestra tierra en menos de un día. Acabaría en otra playa y tendría que enfrentarme a otro mar infinito. Ninguna otra cosa salvo el mar. Estamos solos y sólo podemos depender de la Fuerza que hay dentro de cada uno de nosotros. Todo debe venir de dentro, no de fuera.

Si me dirigiera al oeste, me toparía con una barrera: el Muro. Tras él están los Locos. Tal y como proclamaron nuestros ancestros, no debemos cruzarlo.

No sería difícil traspasar el Muro, pero nadie quiere hacerlo. Los Locos no creen en su propia Fuerza. En vez de eso, ellos creen en algo ajeno a este mundo que los salvará y vendrá a rescatarlos. Nadie quiere mezclarse con unos idiotas como ellos.

Tampoco es que den muestras de querer algún tipo de contacto. Nos dejan en paz. Para ser sincera, ni siquiera creería en la existencia de los Locos si no fuera por el hecho de que una vez vi sus barcos. Los vi a lo lejos, en la distancia, tan lejos de la isla que me asustó. Todo el mundo sabe que no hay nada después del horizonte. Los barcos que navegan más allá nunca vuelven.

Y aún así, ser consciente de lo valientes que son despierta una emoción extraña dentro de mí. Puede que nuestro mundo sea seguro, pero a veces me siento como si estuviera atrapada dentro de él. Especialmente con un líder tan horrible como Saúl controlándolo. Sé que debería casarme lo antes posible, salir del palacio y volver a Newexter, donde viven los padres, pero no hay nadie que me guste lo suficiente como para querer casarme.

Suspiro, extiendo mis brazos como si fueran alas y me adentro en el mar. Cuando el agua me llega por la cintura, bajo los brazos y toco la superficie con la punta de los dedos. El frío me produce escalofríos que me recorren el cuerpo, pero estar en el agua de esta manera es lo que hace que sienta mi conexión con la Fuerza. Es como si estuviera más cerca que nunca de la fuente que alimenta al universo entero. Es como si pudiera hacerle frente a todo. Las pruebas en el bosque que Colin y yo tenemos que afrontar porque Saúl dice que no estamos lo suficientemente "conectados a la Fuerza" aún. El miedo a no encontrar nunca a nadie con quien compartir mi vida. El miedo a la decepción.

Cuando cumplí los diez años, me convertí en una adulta. Colin y yo nos reunimos con el resto de los chavales en el palacio tras nuestro cumpleaños. Tuvimos nuestra propia habitación, pero no estábamos allí demasiado. Solíamos estar más fuera, construyendo arcos y flechas para la caza. Nos enseñaron a cómo hacer redes de pesca. Aprendimos cómo encender un fuego, aunque yo aún no he terminado de cogerle el truco. Un poco después de eso, Saúl proclamó que muchas de nuestras habitaciones pasarían a ser suyas. Para ese tiempo, ya ni siquiera nos preocupaba dormir bajo techo. Teníamos nuestros propias tiendas y cabañas.

Aprendimos a cuidar de nosotros mismos.

Me sobresalto cuando veo nubarrones negros aproximándose por el horizonte. Nubes de tormenta son mal presagio. Las historias de nuestros ancestros hablan de lluvia que quemaba la piel y traía enfermedades a sus gentes. No he visto nada parecido en mi vida, pero aún así tenemos miedo de que ocurra.

Es hora de encontrar un refugio.

�z1�i��


La IslaWhere stories live. Discover now