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La luz titilante de la vela que llevo en la mano crea sombras fantasmagóricas a mi alrededor. Me muerdo el labio cuando los goznes de la puerta crujen al abrirla. Muy lentamente, la empujo y me meto dentro.

El Libro está sobre la mesa. Lo reconocería en cualquier lugar con su tapa dura, el lomo en espiral y la imagen de Luke en la portada. Él es nuestro antepasado, uno de los primeros hombres que vivieron en esta isla. En la imagen, va vestido de blanco y sostiene entre sus manos una especie de arma que no existe en nuestros días. A su lado se encuentra Leia, la persona a la que le debo mi nombre. Su espada emite una luz brillante porque ella es una fiel creyente de La Fuerza. Al otro lado de Luke está su amigo Han. Él también sujeta entre las manos un sable de luz, esgrimiéndolo para proteger a los gemelos. Qué pena que Saúl, cuyo nombre deriva del apellido de Han, Solo, no esté dispuesto a perpetuar el buen nombre de su antepasado.

Y sobre ellos, guardándolos, hay un hombre con una máscara negra, Dark Father, el cual traicionó a sus propios hijos y usó su poder para hacer el mal.

Me estremezco y acaricio la tapa El Libro de una forma reverencial. Este es el único libro en la isla que tiene una portada diferente. Brillante y suave. Todos los libros de la biblioteca están amarrados con un hijo basto con tapas finas hechas de corteza, papel o piel. Este es diferente. Es la primera vez que toco El Libro. Por supuesto que lo he visto muchas veces. Saúl siempre lo exhibe, mientras nosotros le escuchamos leer. Él lo trata y muestra como un símbolo de su poder.

Siempre me he sentido orgullosa de llamarme igual que uno de los gemelos legendarios que una vez vivieron en esta isla, pero en este momento sólo siento la valentía y la fuerza fluyendo dentro de mí. Mi corazón sigue golpeándome furioso contra las costillas, obligándome a soltar el candelabro con una mano temblorosa.

Abro El Libro.

Mis ojos quedan atrapados por sus palabras desde la primera página. Palabras escritas por Luke.

—Nos han abandonado —leo casi en un susurro—. Mi madre y mi padre dijeron que vendrían a por nosotros, pero mintieron. La mayoría de los niños siguen esperando en el muelle. Noche y día. Son unos estúpidos. Idiotas. Locos. Nuestros padres nunca volverán. Somos nosotros los que tenemos que salvarnos a nosotros mismos.

Su nombre aparece escrito justo a continuación. Luke Skywalker. Hay líneas alrededor de sus palabras, como si hubiera intentado dibujar un sol brillante alrededor de ellas.

La siguiente página sólo contiene el dibujo de una mansión. Blanca y brillante, sin hiedra en ninguno de sus muros. Nueva y limpia. La historia de Luke continúa, pero no puedo arriesgarme a leerla entera. Me llevaría horas hacerlo. Horas que no tengo. Voy pasando las páginas, encontrándome con distintos dibujos como un arco y flechas primitivos, armas y una rueda.

Un dibujo del mar llama mi atención. Nubes oscuras en el horizonte, una señal que no augura nada bueno. Las nubes que seguimos temiendo nosotros en nuestros días. Pero las nubes que hay en El Libro tienen una forma peculiar que no he visto en mi vida. Se parecen un poco a unos champiñones con una simple palabra escrita debajo:

—Veneno —susurro.

De repente, escucho varias voces resonando en el pasillo que lleva a la biblioteca.

—¿Cómo cojones voy a saber quién tiene la puta llave? —grita Ben desde el pasillo, frustrado—. Fuiste tú el que dejaste tu manojo de llaves en la puerta, no yo.

Ya lo han descubierto. Me meto rápidamente El Libro en la cinturilla de los pantalones. No tengo tiempo para buscar y arrancar las páginas que serían las pruebas incriminatorias perfectas. Además, aún no he encontrado ninguna. Salgo a toda prisa por la puerta, mirando desesperada para todos lados. La biblioteca tiene dos salidas, pero ambas dan al pasillo donde Saúl y Ben están intentando arrancarse la cabeza mutuamente. La única otra forma de salir de aquí es la ventana.

En tres zancadas, llego a la ventana, la abro con toda la rapidez que puedo, salgo por ella y me quedo sobre el alféizar, aguantando el equilibrio . Tendría que saltar desde una altura de dos pisos si quiero salir de aquí sin ser vista. Y necesito hacerlo. Si Saúl descubre que he estado leyendo El Libro, acabaré encerrada en la bodega el resto de mis días, haciéndole compañía al Loco.

No tengo tiempo que perder. Cierro la ventana a mi espalda, salto e intento flexionar las rodillas en el momento adecuado para poder absorber el golpe que sin duda voy a llevarme cuando aterrice sobre el patio. El dolor me atenaza la pantorrilla, pero tengo que ignorarlo si quiero seguir adelante. Cojeo hasta un arbusto a unos pasos de la mansión y me escondo allí.

¡Bendito Luke! Acabo de robar el objeto más valioso en toda la mansión. En mis manos tengo el poder acabar con el horrible legado de poder de Saúl y él lo sabe.

¿Qué se supone que debo hacer? Esconder El Libro en mi tienda está descartado. Con toda seguridad, Saúl no tardará en poner patas arriba el campamento, desbaratando y registrando cada tienda y choza en su búsqueda del Libro. Si descubren que fui yo quien lo robó, también castigarán a Colin. Los hermanos son responsables de las acciones del otro bajo el perturbado liderazgo de Saúl.

Y aquí estoy, todavía escondida detrás del seto. Algo que, por mi propio bien, no es demasiado inteligente. En cualquier momento, saldrán en estampida por la puerta de la mansión buscando El Libro y seguiría aquí, muerta de miedo. Sin poder moverme. Necesito un plan y lo necesito rápido.

Alzo la mirada hacia el cielo nocturno. No hay luna, así que es posible que pueda conseguir salir de aquí sin que me descubran si me cubro la cara con la bufanda negra que llevo al cuello y corro de arbusto en arbusto. Debería escalar, saltar la verja que rodea la mansión y correr hasta el final de nuestro territorio. Puede que cerca del Muro haya buenos lugares donde esconderlo. Lo guardaré allí y volveré más tarde para leer más pasajes. Quizás Colin y Mara puedan venir conmigo mañana.

Sin querer arriesgarme Saúl o Ben hagan acto de presencia, me desvanezco en la noche. Si me doy prisa, ni siquiera se darán cuenta de que me he marchado.

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