Anexo 4 - Enamorado.

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No era creyente ni menos había leído la biblia, pero si algo de ángeles había escuchado, esa mujer de seguro era uno que cayó del cielo. Piel blanca, ojos verde agua encantadores, cabello amarillo y brillante como el sol, con rasgos delicados pero marcados, era la obra perfecta de Dios y sus labios sin delinear ya eran cautivadores incluso a la gran distancia que nos separaba. Inconscientemente mis dedos bailaron hasta su cabello, casi como si quiera comprobar que esa mujer era real, que no soñaba con esa belleza embriagadora...

Cherie. Incluso su nombre era precioso. Cariño.

Tenía una voz dulce, cantaba de vez en cuando en los vestidores –con un extraño acento francés pero correcto– creyendo que nadie la escuchaba. Desde que la vi no pude dejar de pensar en ella y trataba de descubrir todo lo posible de esa chica. Sí, era algo extraño ocultarme para observarla pero ella era reservada y cada vez que trataba de hablarle era cortante, aun con ese misterio que la rodeaba podía notar en sus ojos que ocultaba algo doloroso y tal vez era eso lo que la hacía tener precaución.

Nunca había sentido ese extraño sentimiento agitando mi pecho, y cada vez que Cherie se cruzaba en mi camino sentía el palpitar sonoro de mi corazón, haciendo que solo tuviese atención para ella. La seguí después del trabajo, una mañana en la que es sol se ocultaba tras nubes grises, se encontró con una hombre atractivo; de ojos claros y cabello castaño, él le sonrió con amabilidad, Cherie lo abrazó y besó su frente, fue la primera vez que veía esa expresión sincera en su rostro, esa muestra de amor real y un fuerte dolor inundó mi pecho. Trate de investigar sobre sus trabajos anteriores pero no encontré huellas de su vida en Francia, solo apareció un dato que me lleno de intriga.

Solía fumar un cigarrillo cada atardecer esperando que las muchachas llegasen al club, aunque en realidad solo me interesaba encontrar a una, y hablar con ella un poco sobre cualquier tema que pudiese interesarle, entonces divisé su cabellera clara ondulando con la brisa del otoño y una sonrisa gentil adornar su rostro.

>>–Buenas tardes –saludó al verme, yo sentí que podía derretirme ante esa voz. Respondí sonriendo de la misma forma.

Cherie paso a mi lado sin prestarme más atención, deje mi cigarrillo a medio fumar y seguir sus pasos.

>>–Así que... ¿Viviste casi toda tu vida en Japón?

Ella se detuvo en seco y giro hacia mí con su frente arrugada, parecía ser una mala idea tocar ese tema.

>>– ¿Por qué preguntas?

>>– ¡Solo curiosidad! Sabes... Yo soy japonés, cuando me adoptaron me trajeron a Francia.

–Ya me preguntaba a quién habías sacado esos rasgos –soltó ella en un japonés fluido y casi perfecto, por suerte no había olvidado nada de ese idioma. Volvió a sonreír y siguió su camino sin responder a mis preguntas.

Me sentía atado de manos, no importaba lo mucho que me acercará a ella, siempre había algo que me separaba y por supuesto también estaba el trabajo... ese trabajo que odiaba de verdad, que no era para una mujer tan hermosa y delicada como ella, por eso no podía permitir que arruinara su cuerpo de esa forma y fue cuando una gran idea llegó a mí.

Empezamos a hacer trabajos administrativos juntos, le enseñé todo lo que sabía y ella fue una buena aprendiz, logró ayudarme muchas veces y pude acercarme más a ella de lo que imaginé. Supe que aquel hombre con el que la había visto era su hermano menor, Louis, que ambos vivían juntos en un apartamento en el centro ya que estaba cerca del hospital donde su hermano recibía terapias y que además tenía una hermana mayor pero la relación no era buena con ella. Supe que le gustaba cantar –aunque ese dato ya no era un misterio para mí –sabia tocar un poco la guitarra y a veces creaba sus propias canciones. También descubrí que cocinaba como los dioses, algunas noches me llevaba comida japonesa y aunque no me sentía atado a mi país, ella me hacía sentir nostalgia. Descubrí que su sonrisa era lo que más amaba, aunque en pocas oportunidades pude ver una real formarse en su rostro, comencé a acostumbrarse a ese aroma de flores que expendía su cabello al moverse, a esa voz suave que me cautivaba y sus movimientos silencios por todo el lugar. Habían veces que desaparecía como un fantasma, pero me era fácil encontrarla contemplado cosas que le envolvían, que le llenaba los ojos de ilusiones y que perdía la noción del tiempo cuando los encontraba. Era como si todo aquello fuese nuevo para ella, como si hubiese vivido encerrada en una burbuja toda su vida.

Black Cherry [Hanamiya Makoto]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora