vi. Barrera.

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CAPÍTULO SEIS

BARRERA

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Fred no había sido capaz de pegar ojo aquella noche, no había sido capaz de dejar de pensar en Zaira. Lo estaba volviendo loco y se estaba llevando su corazón, poco a poco. Sabía que eso no era bueno, porque él quería regresar al mundo de los vivos y ella tendría que quedarse en el reino. Empezaba a no saber que hacer. La confusión reinaba en su cabeza y en su corazón. Pero se había prometido que nada ni nadie lo desviarían de su objetivo y ese era volver a la vida.

En ese momento, caminaba hacia la dirección que Zaira le había escrito en un trozo de papel antes de despedirse la noche anterior. Desde que se habían conocido, nunca había ido a su casa, así que el tener que ir ahora, le estaba poniendo de los nervios. ¿Cómo sería la casa de aquel hermoso ángel?, se preguntaba. Durante el trayecto, tuvo que pararse para preguntar a un par de niños que jugaban por allí, por donde debía ir. Los niños lo habían mirado sorprendido, pero le habían indicado el lugar rápidamente y según le habían dicho ya estaba bastante cerca.

Y lo estaba. Pero lo que el pelirrojo vio delante de sus ojos al llegar a la dirección escrita, le hizo quedarse petrificado, como si hubiera visto el reflejo de un basilisco; sin embargo, aquella era la dirección, no cabía duda. Fred no se encontraba ante una casa normal y corriente, si no ante una mansión más grande que la mismísima plaza norte, ni siquiera era capaz de calcular cuántos metros cuadrados debía ocupar, entre los inmensos jardines y el propio edificio que estaba en el centro. No podía creerse que Zaira viviera en un lugar así. Pero ella era un ángel y parecía que los ángeles estaba en una posición social diferente a la de los demás del reino, así que tampoco debería sorprenderse tanto.

Abrió la reja de la mansión con cuidado, temía que lo acusasen de ladrón o algo parecido, y recorrió el largo camino de piedras hasta llegar a la puerta. Llamó y esperó a que le abriesen. En cuestión de segundos, una mujer de mediana edad lo recibió y lo invitó a pasar. Ni siquiera preguntó quién era y que quería, era como si lo supiera. Quizás Zaira le había mencionado que tendría visita.

—La señorita Zaira se encuentra en su despacho —dijo la sirvienta.

Fred se sentía perdido, pero asintió y comenzó a seguirla cuando emprendió la marcha. De reojo, iba observando la enorme mansión y su boca no dejaba de abrirse a cada dos por tres. Todo era demasiado lujoso y ostentoso, no encajaba con la imagen que él tenía de Zaira.

La sirvienta se detuvo ante una puerta al cabo de unos minutos y después de dar un par de golpecitos con los nudillos, la abrió.

—El señor Weasley ya ha llegado, señorita —informó la mujer.

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