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Eric Cartman tenía diez años cuando finalmente decidió que la vida lo odiaba. Dios, Satán, Jesús, el universo; todos ellos conspiraban en su contra con infantil deleite ante las situaciones que se desarrollaban en su vida de forma diaria. Así que dejó de esperar milagros o piedad en sus últimas horas, y con ello llegó una inesperada sensación de libertad que esperó que durase el resto de sus días. Por lo visto, Cartman había subestimado exactamente qué tanto era odiado.

El médico de la familia está frente a él, sentado en su pulcra oficina, con sus manos cruzadas sobre la mesa y mirándolo a los ojos, impasible, como si dar noticias de esa índole fuese una rutina y Cartman cae en la cuenta, analizando la información recibida, que tal vez así sea. Entonces la parte de él que no ha sido completamente paralizada ante el diagnóstico, se pregunta si debería estar tan sorprendido en realidad.

Esto es South Park, aquí no existen cosas como la lógica, racionalidad o el sentido común. La cordura de su gente es puesta en duda a diario. Debió sospechar que algún día todas esas incongruencias a lo largo de su vida hallarían la forma de joderlo monumentalmente, solo que nunca pudo haber adivinado que sería de esta forma, ¿Cómo podría?

Su madre se cubre su boca entre abierta con la mano y lo mira con una mezcla de incredulidad, horror y emoción; todo al mismo tiempo reflejado en su rostro sonrojado, su otra mano apretando su hombro con demasiada fuerza. El médico termina de explicar, la habitación se queda en silencio, y Cartman intenta procesar la información correctamente mientras reflexiona acerca de su vida y de las decisiones que ha tomado. ¿Es esto una broma? ¿Es esto lo que llaman castigo divino? De pronto decide que la respuesta no le importa, porque broma o destino pueden ambos irse al carajo, esto es una mierda.

— ¿Tienes alguna duda, Eric?— Pregunta el doctor después de unos segundos.

Cartman carraspea, traga saliva audiblemente y coloca sus palmas abiertas contra la mesa. El cristal está frío al tacto, casi tanto como el sudor en sus manos.

Su voz es controlada cuando responde y su mirada está fija en el doctor. No haya en sí la manera de reaccionar ante una situación como esa. Piensa que los doce años de vivir en un pueblo así de jodido, con una vida aún más llena de mierda, lo pudieron haber preparado de alguna manera, pero luego cae en la cuenta; nada lo pudo haber prevenido. Nadie se lo había advertido, e incluso de hacerlo, Cartman no hubiese hecho sino reírse al respecto. Y de pronto, los días en los que tenía VIH no le parecen tan malos.

— ¿Podría repetir la última parte?

— Estás por sufrir tu primer celo, Eric.

—Celo. —Repite, asimilando la información.

—Así es.

Cartman mira al doctor tan intensamente que es como si buscara atravesar su alma en busca de mentiras o de formas de cambiar la realidad, pero descubre que no hay nada excepto frivolidad e indiferencia detrás de los ojos oscuros del hombre frustrado detrás de su escritorio. Es una dura realidad, detrás de una sentencia tan increíble como irrevocable.

—Celo. — Repite Cartman. — Como una perra.

—Hay muchas diferencias entre los animales y los humanos Eric, la forma en la que sucede, los síntomas, las consecuencias, hay toda una lista de diferencias... pero sí, básicamente. Como una perra.

Poco a poco, una sonrisa comienza a formarse en los labios de Cartman, mira a su madre y al doctor soltando risitas demasiado agudas y sin demasiado aliento detrás de ellas. Todo esto debe tratarse de una broma, tiene que serlo.

—Esperen, ¿Kyle los obligó a esto?— inquiere mirando a su madre suplicante. — La semana pasada saboteé su primera cita con Nicole, les puse laxantes en sus malteadas, por eso está haciendo esto, ¿no?

De pájaros, abejas, Alfas y Omegas [Kyman]Where stories live. Discover now